Alika Kinan: la víctima de trata que logró que se condene al Estado

La piel de Alika Kinan se estremece con el frío de la mañana. Por cada centímetro de ella pasaron brasas de cigarrillos, golpes que dejaron moretones, patadas, crueldad y violencia, mezclados con la indiferencia y el olor dulzón de colonia para hombres. Son las marcas indelebles que llevan las mujeres explotadas para satisfacer los deseos sexuales de hombres prostituyentes. Pero en esa piel también tiene amuletos: seis coordenadas geográficas tatuadas en el antebrazo que Alika muestra con el puño en alto. Son las locaciones de los nacimientos de cada uno de sus hijos convertidas en símbolo de una lucha que no fue en vano: en un fallo histórico, el pasado 12 de abril la Cámara de Casación Penal no solo confirmó la condena a su proxeneta a siete años de prisión, sino que obligó a la Municipalidad de Ushuaia a pagarle una indemnización . Por primera vez, el Estado argentino fue considerado cómplice por el delito de trata de personas.

El fin del mundo

En 1996, Ushuaia era una ciudad gris con demasiada testosterona repartida en fábricas, buques militares y camiones de carga. La prostitución y las redes de trata crecían al calor de la economía menemista: cientos de prostíbulos abrían en pleno centro, con el visto bueno de la policía y de la Municipalidad. A este lugar, donde el viento es helado y en la cara se siente como la dureza de una hoja de cuchillo, llegó Alika Kinan, desesperada por enviar algo de dinero a su hermana pequeña, que había quedado en Córdoba. Con la falsa propuesta de que iría a trabajar a un boliche, ingresó en una red de trata que la mantendría aislada y sometida durante 16 años.

Cuando era niña, ella solamente quería tranquilidad. Había nacido un día muy frío de 1976, en Unquillo, Córdoba, pero a los pocos meses ya vivía en Buenos Aires, donde su padre había abierto un bar. Lo único bueno que recuerda de esa época es cierta estabilidad económica: no le gustaba ir al colegio, la maestra la aislaba de clase y le ponía orejas de burro por distraerse, la humillaba. La estadía terminó cuando a su padre le diagnosticaron cáncer de colon y decidieron volver a Córdoba por recomendación médica. La mudanza intensificó el clima hostil que había entre sus padres. Peleas, gritos, reclamos. La tranquilidad seguía siendo un mero deseo.

"Mi papá se recuperó y empezó a ir al casino y a consumir drogas, como antes. Igual lo veía poco: yo me iba a la mañana y él ni siquiera había vuelto, podían pasar dos, tres días y él no volvía. Mi mamá se empezó a deprimir, a tomar Lexotanil y a dormir todo el día. Mi hermana y yo estábamos mucho a la deriva", cuenta.

Cuando sus padres finalmente se separaron, su madre las llevó a vivir a Cruz del Eje a una casa prestada, sin luz ni agua, y al poco tiempo las abandonó. Alika tuvo que hacerse cargo de su hermana pequeña. Tenía 14 años y crecer de repente también significó soportar el acoso y los silbidos en la calle. Cuando la violaron, no supo a quién pedirle ayuda . Siguió trabajando para que su hermana pudiera ir al colegio y tuviera al menos algo para comer -que casi siempre eran papas y mate-, y cuando cumplió 18 viajó a Córdoba capital en busca de un mejor empleo.

"Fui a la casa de una chica que me ofreció viajar al Sur y yo dije que sí, no tenía un peso. A veces, me preguntan: «¿Pero vos sabías qué ibas a hacer?». Yo les digo: «¿Realmente hubiera afectado en algo mi decisión si yo hubiese sabido qué iba a hacer?». Me dijeron que iban a inaugurar un boliche, que estaba buenísimo, que iba a ganar muchísima plata, onda vas a hacer lo que vos quieras, vas a poder elegir ir y venir. En ningún momento te hablan de que vas a estar obligada".

Así que Alika ubicó a su hermana en la casa de una amiga, le explicó que era lo mejor para las dos, se abrazaron entre lágrimas y se fue hacia lo que ella creía que sería un futuro mejor.

Alika Kinan denunció a sus proxenetas y probó la complicidad de la Municipalidad de Ushuaia.

La otra vida

El barrio donde hoy vive Alika es un cúmulo de arboledas con hojas entibiadas por el sol y casas bajas con olor a pintura fresca, señores que riegan las plantas y algún que otro perro asomado con...

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