En alerta: vivir con miedo al agua

Gabriel Márquez: "Uno no puede hacer nada más que esperar"

Hace seis días, el despertador sonó a las 6.30 en la casa de Gabriel Márquez, en el barrio Canuglio, en San Antonio de Areco. Abrió los ojos, después de una noche difícil para dormir. La tormenta había agitado sus peores pesadillas. Soñoliento, giró en la cama y se sentó. Un escalofrío le erizó la piel. Prendió la luz sólo para comprobar lo que ya sabía: sus piernas habían desaparecido hasta las rodillas en el lago que ahora era su habitación. El desborde del río Areco se había tragado 50 centímetros de su casa.

No le alcanzaban las manos para subir los muebles a la mesa y las cosas a los muebles. En pocos minutos, todas sus pertenencias se convirtieron en un jenga inestable. Y el agua seguía subiendo, primero hasta la cintura, después hasta la mitad del pecho. Seis días más tarde, Gabriel regresa una y otra vez a esa escena para ver si por fin concluyó esa pesadilla. Pero no. "Cada vez que vuelvo, la casa está peor", se lamenta. No puede evitar las lágrimas. Nada queda en ese rostro del mozo ceremonioso que suele ser ni del hombre que pinta casas durante la temporada baja.

"El agua se mete en tu casa, lo invade todo –dice–. Invade tu intimidad, se mete con tus cosas y se queda el tiempo que quiere. Y uno no puede hacer nada más que esperar a que se vaya y te deje ahí, frente a tus ojos, el desastre en que se transformó tu vida."

Virginia Ficischia: "Miramos todo el día el cielo y el pronóstico"

Del otro lado del puente viejo que cruza el río Areco, cruzando la ruta 8, vive Virginia Ficischia con su nieto Tomás, de diez años, su marido y la hija de ambos. Es una zona residencial, de casas bajas, que quedó convertida en una gran laguna. Virginia recuerda la inundación de 2009, cuando el agua trepó a más de un metro y entró, no por la puerta, que había sido tapiada, sino por las ventanas. Y destruyó todo a su paso. La familia tuvo que cambiar los muebles y los electrodomésticos. Fue por eso que, apenas esta vez comenzó a acumularse agua en la calle, decidieron conseguir un camión y trasladar todas sus cosas a la casa de un hermano. Llevaron sillones, mesas, heladera, computadoras, álbumes de fotos: una mudanza exprés. Allí, en la calle San Martín, sólo quedaron las cosas básicas. Todos los días, los miembros de la familia se turnan para no dejar la casa sola.

"No se puede vivir así. Es muy estresante. Estamos todo el día mirando el cielo, revisando el pronóstico y rogando que no nos...

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