Alberto problema, Alberto solución

Los argentinos somos increíbles: tenemos la solución a todos nuestros dramas al alcance de la mano y no la usamos. ¿Cuál es esa receta mágica? Muy sencilla. Ante cada situación, ante cada desafío político, económico, social, hay que preguntarle a nuestro querido Alberto Fernández qué curso de acción propone. Y, después, hacer exactamente lo contrario.Coincidirán conmigo en que es un camino recontra seguro. Por supuesto, los primeros en suscribir mi propuesta serán Cristina, el Instituto Patria y, de cajón, el gabinete de ministros. Uno de los colaboradores del Presidente me dijo el año pasado, muerto de risa, que su estilo de conducción es de lo más innovador: extraviarse permanentemente y pedirle a su equipo que se extravíe con él.Así como la Iglesia Católica proclama la infalibilidad de los papas en cuestiones doctrinales, ahora empieza a hablarse de la infalibilidad de Alberto en el error: no pega una. A esa certeza deberíamos sacarle provecho: si nos presenta un dilema entre salud y economía, ya sabemos que tal dilema no existe y nos dedicamos a cuidar la salud sin olvidarnos de que la desocupación, la pobreza y el hambre también enferman y hasta matan; si propone estatizar Vicentin, al día siguiente nos ponemos a estudiar fórmulas que no contemplen ese disparate; si se pelea con el laboratorio Pfizer, es la evidencia que necesitábamos para ir a comprarle a Pfizer; si nos propone a Insfrán y a Moyano como modelos, 10 minutos después los declaramos personas no gratas; si designa ministro a Ginés, salimos disparados a buscar un ministro que no se parezca en nada a Ginés; si funda su política exterior en los postulados del Grupo de Puebla, un colectivito de progres de cuarta o quinta línea, el imperativo es prohibir por ley los postulados de ese grupete. Lo extraordinario de esta fórmula del absurdo es que el error lleva necesariamente al acierto. Solo hay que esperar que Alberto indique la dirección y rajar para el lado opuesto.Reconozcamos, eso sí, que se equivoca con una enorme entereza, digna de ser celebrada. Nada de rezongos, rabietas, vergüenzas o propósitos de enmienda; a cada pifia le seguirá una nueva pifia, siempre con la frente alta y la sonrisa lista. Que en las encuestas...

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