Adiós a un amante de la literatura argentina

Cuando llegó el momento, Jacques Brel, el cantautor de canciones perfectas como "La valse à mille temps", se compró un barquito y se fue a dar la vuelta al mundo. Le habían dado un plazo de vida limitado (le diagnosticaron cáncer de pulmón) y en vez de gastar sus energías sobre los escenarios prefirió inventarse nuevos horizontes. Se instaló en las islas Marquesas, en la Polinesia Francesa. Allí se dedicó a manejar su velero Askoy y, más tarde, un avión bimotor con el que transportaba a la gente de isla en isla. Sólo al final volvió para grabar un último disco. Apenas pudo registrar en una sola toma el último tema, "Les Marquises", regresó a las islas, y poco después dijo, sin de verdad decirlo, adiós.

Allá por 1989 Michel Lafon hablaba conmovido de otro músico, Alain Bashung, cuyo digno y retirado adiós había ocurrido por entonces, y la anécdota de Brel no tardó en surgir. Imposible sustraerse del recuerdo de aquellas conversaciones luminosas hoy, cuando nos alcanza la noticia de que, a sus tempranos sesenta, Michel se fue para dejarnos conmovidos a nosotros.

No necesitó reinventarse porque desde un comienzo se había embarcado en un sutil desvío. El periplo había empezado a los diez años, cuando descubrió el castellano. En su ciudad natal, Montpellier, en el sur de Francia, se dedicó a aprenderlo con la pasión y el método que lo caracterizarían. Poco después se cruzó con algún cuento de Borges, después con toda su literatura y, ya adolescente, en alguno de sus pasos por el viejo continente, con el escritor. De hechos tan simples puede surgir para siempre una afinidad electiva, una aventura que, más allá de los desplazamientos geográficos, depende de algo más central: la imaginación.

Michel se convirtió con los años en hispanista y, para usar una palabra que parece haber acuñado él, en argentinista, algo que en su caso significaba no tanto dedicarse a una cultura, sino vivir dentro de ella, a la distancia, con la facilidad de quien respira. Fue un especialista decisivo de la obra de Borges, sobre la que escribió un estudio incomparable y se encargó de una joya para atesorar: la edición facsimilar de dos de sus cuentos más famosos ("Tlon, Uqbar, Orbis Tertius" y "El Sur"). Borges no fue su único desvelo. Tradujo a Adolfo Bioy Casares, al que frecuentó, y fue el responsable del tomo en francés de sus novelas completas, que lleva uno de los prólogos más exhaustivos alguna vez escritos sobre nuestro otro escritor fantástico. Pero también fue...

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