Abrió la boca por muchos y se quedó solo

Hugo Sigman entretenía a la mesa hablando de la vacunación de salmones. No todos sabían que hay que hacerlo a mano, pescado por pescado, con jeringas automáticas. José Ignacio de Mendiguren comía sin permiso las naranjas abrillantadas, un antojo reservado sólo a la jefa del Estado. Y Roberto Urquía estaba en un día optimista: elogiaba la locuacidad presidencial. Alguien agregó que pensaba reunirse con Abappra, una de las asociaciones de bancos, para pedir créditos a la producción, y Cristina Kirchner lo corrigió: "Hay que reunirse con Adeba", instruyó, "son los que se comprometieron". Eran algunos de los temas de conversación en Tecnópolis el lunes, durante la última celebración del Día de la Industria.Fue una noche histórica. No tanto por el esfuerzo que exhibían muchos en pos de mantener la armonía con la Casa Rosada. A ninguno de aquella mesa, por ejemplo, se le ocurrió broma alguna cuando la anfitriona hablaba de las fallas del sistema tributario que les permiten a verdaderos pesos pesados permanecer como monotributistas: una involuntaria invocación al espíritu de Vandenbroele. Pero lo novedoso fue que la Presidenta eligiera ese día y ese festejo para enrostrarles a los industriales un tópico que detestan: "El tipo de cambio no está retrasado".Lo hizo de un modo poco académico. Ningún ejecutivo fabril del mundo cree que el dólar bajo favorezca, como dijo ese día Cristina, la sustitución de importaciones. "Con un tipo de cambio alto favorecemos al sector más primario de la producción argentina y perjudicamos a la industria, que necesita todavía seguir elaborando un proceso de sustitución de importaciones", afirmó.Fue también una noche de contradicciones. Los empresarios acababan de ver un video confeccionado por Presidencia que consignaba, como ejemplo de "la antiindustria", un famoso spot publicitario: la comparación de las sillas endebles nacionales vs. las mejores importadas, emitido durante la gestión de Martínez de Hoz. Aquellos años en los que, ironía argentina, también se quejaban de que la magnitud y la velocidad de una devaluación progresiva y mínima (tablita) resultaban inferiores al alza de los costos fabriles.Algún despistado podría concluir que los empresarios argentinos han entendido por fin lo que Ricardo Forster llama "política latinoamericana de matriz emancipadora", porque ninguno hizo una sola objeción. En realidad, quien lo hizo no estaba allí: Paolo Rocca, el más poderoso de todos, eligió esa misma noche la Academia de Ingeniería...

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