Nueva obra, nuevas expectativas

Si los apreciados miembros de la RAE y las Academias hermanas creyeron que con la pública de la 23» edición del Diccionario de la lengua española iba a haber una fiesta de las palabras y todos contentos, se equivocaron un tanto. Bastó que la bonita edición cobrara vida ante los ojos de los reyes de España y del mundo entero, para que voces críticas levantaran el tono.Es que a nadie le importan las penitas que seguramente, en los trece años que separaron a la edición 22» de la 23», hayan pasado los académicos. Muchos hispanohablantes habrán de lamentar la ausencia de alguna palabra (por ejemplo, aquellas a las que le dieron "de baja" por desusadas) y, también, la inclusión de otras (porque son españolismos y no los quieren aceptar, o porque son vulgares o porque son extranjerismos, etc.)Sin embargo, esta discusión -que será eterna, y más si el español sigue creciendo como hasta ahora en número de hablantes y de lugares en donde se habla- es lo que mejor caracteriza a nuestro amado idioma. "¡Estamos vivos!", habría que gritar, alborozados. Vivos y discutidores, porque si algo hemos heredado de la Madre Patria es esa cualidad de discutidores, hasta intolerantes para con el parecer del otro.Un diccionario lexicográfico es eso, un diccionario lexicográfico. Ni de dudas ni ideológico ni razonado ni parlante, aunque lo mejor sería tener un diccionario parlante. Una especie de aleph borgiano de la lengua, que nos respondiera, con amable voz electrónica, todas las dudas que tenemos y que estuviera a nuestro servicio en todo momento. Un robot, lo cual no está tan lejano. Pero aun así, ¿lo aceptaríamos los hablantes del...

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