Traumática charla con mi plomero

Jamás pensé que una amable charla con mi plomero, mate de por medio, iba a terminar en una experiencia tan traumática. Enrique, 50 y pico de años, laburador, honesto, cero politizado, me contó que, como no le pasaba desde hacía tiempo, estaba con mucho menos trabajo. Le expliqué que seguramente la causa era que en la Argentina de los Kirchner se están fabricando unas cañerías nacionales y populares que son una maravilla. Se le escapó una carcajada. "No, señor: los caños se siguen rompiendo, y además yo hago otros trabajitos, pero ahora lo piensan tres veces antes de llamarme. Tratan de hacer los arreglos ellos mismos." Le pregunté si no estaría cobrando un poquito caro. Me contestó que, al contrario, para no perder clientes hacía meses que no aumentaba. "¡La gente no tiene guita, señor!" Sin dejar de mirarlo, evalué la situación. Sus palabras, sus gestos. Enseguida entendí lo que estaba pasando. Enrique, mi fiel plomero, mi compañero de mate, se había pasado a la oposición. Alguien le había comido la cabeza. Lo perdimos. Ya era un .-Si no recuerdo mal, Enrique, usted votó a .-Claro, y antes a Néstor. En casa somos peronistas de toda la vida, vio. Pero esto se ha puesto jodido, jefe. No me va a creer: por primera vez en mi vida salí a .(Acababa de confirmarlo: estaba en presencia de un especulador; igual, yo seguí en lo mío, seguí con mi relato.)-Sinceramente, no sé si la gente hace bien en comprar un billete que se pone verde tan rápido. Téngale fe al peso. ¡Haga Patria: apueste a nuestra moneda!-Mire, yo de esto no sé nada, pero con los pesos cada vez puedo comprar menos cosas. Todos me dicen que me pase al dólar. Mi mujer me tiene loco. Lo mismo mi hijo. "Papá, avisame cuando vayas a la cueva que te doy mi plata".-Usted lo dijo, Enrique: eso es una cueva. ¿Sabe por qué se llama así?-Me imagino: porque es un refugio. El que quiere cuidar su plata se refugia ahí.-¡No! Quiere decir que es un lugar escondido, un negocio ilegal.-Bueno, no tan escondido porque lo encuentra todo el mundo. Cada día tengo que hacer una cola más larga.(Seguimos tomando mate, y maldije que ese termo no se acabara más. Lo del dólar me había puesto muy mal. Lo único que faltaba es que Enrique me hablara del contado con liqui. Pero no. Invirtió los términos de la conversación y empezó a preguntar él.)-Dígame, señor: ¿por qué Cristina discursea tanto? Cada vez que...

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