100.000 muertos por coronavirus. La dimensión de una tragedia que aún no terminó

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A FONDO

100.000

Los muertos por coronavirus en la Argentina

Detrás del frío número, imposible de imaginar al inicio de la pandemia, se esconde un universo de sufrimiento

Agonías en soledad, abrazos que ya jamás serán dados y la incertidumbre de no saber hasta cuándo seguirá esta pesadilla

Cada estrella representa una pérdida

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Un sonido cada 10.000 muertos

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100.000muertos

...y detrás de cada estrella hay una historia con nombre y apellido, pérdidas irreparables y, en muchos casos, familias devastadas por el virus

FAMILIA ÁVILA

Un tsunami que arrasó con cuatro vidas

Todo ocurrió demasiado rápido. Entre el 4 y el 24 de septiembre de 2020, en solo 20 días, Sasha Ávila, de 18 años, vio morir a su abuela, a su madre, a su tío y, finalmente, a su padre. Todos murieron como consecuencia del coronavirus.Diez meses después, recuerda aquellos días sentada en el comedor de la misma casa de Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora, donde permaneció aislada junto a sus tres hermanos mientras un tsunami arrasaba a su familia. Un tsunami tan confuso y tan violento que algunos detalles se pierden en su memoria."Cada vez que se moría alguien yo decía: ‘No puede volver a pasar’. Pero pasaba. Me aferraba a mis hermanos, decíamos que teníamos que estar unidos y mantenernos fuertes", relata.La primera en sentirse mal fue Flora, su abuela paterna, que vivía a dos cuadras de su casa con Carlos, su tío. Con 93 años, Flora tosía mucho y no se podía mover por el dolor de cuerpo. Cuando los médicos la revisaron, dijeron que tenía una neumonía bilateral tan severa que no era posible salvarla. Tres días después, el 4 de septiembre, murió.Por aquellos días, el resto de la familia, que mantenía contacto cotidiano con la abuela, ya presentaba síntomas de coronavirus. La preocupación mayor del padre de Sasha, Javier Ávila, era Mabel Levandosky, su esposa, diagnosticada en 2016 con fibrosis pulmonar idiopática.

Javier y Mabel se conocieron dando clases. El flechazo fue instantáneo y duradero. Compartían la pasión por la enseñanza y, sobre todo, los unía el sueño de cambiar el mundo, que veían injusto. Tuvieron cuatro hijos: Ariana (20), Sasha, Morena (17) y Mijail (13).

Mabel era maestra jardinera, le gustaban las manualidades y era buena para las sopas de letras. Javier, además de ser docente de matemáticas, militaba políticamente en la Izquierda Socialista. Un hombre solidario que acompañaba todas las causas y muy querido en Budge, barrio donde no es fácil llegar a fin de mes.

Puertas adentro, la que llevaba las riendas en esta familia fanática de Racing era Mabel, recuerda Sasha con picardía triste. Su madre "tenía un carácter bravo" y, más de una vez, Javier padeció algún reto por pasar horas hablando de política con los chicos.

El coronavirus afectó rápidamente la salud de Mabel, pero también la de Javier, que tenía asma y EPOC. Juntos fueron a hisoparse. Cuando el resultado dio positivo, se dirigieron a la UPA 1 de Lomas de Zamora. Era lunes 7 de septiembre y no sabían que no volverían a verse jamás: quedaron internados, primero en habitaciones separadas, luego en hospitales distintos.

Carlos, hermano de Javier, también fue hospitalizado poco después. De profesión albañil, en su tiempo libre pintaba cuadros al acrílico. "Se sentía muy solo y reflejaba mucho la soledad en sus cuadros", expresa Sasha mostrando las pinturas de su tío: paisajes espaciales con planetas desiertos y estrellas brillando sobre un fondo negro, inspirados en un gusto por la astronomía que compartía con Javier.

"No les daban comida ni agua, no tenían frazadas para taparse. Y la atención fue un desastre, yo preguntaba y no me querían decir cómo estaban", rememora Sasha.

Mabel falleció el 14 de septiembre. Carlos, el 22. Javier, el 24.

La joven solo pudo despedirse de su padre, ya intubado e inconsciente: "Lo vi a través de un vidrio y fue una imagen desgarradora porque estaba muy flaco, no tenía casi pelo y se notaba que estaba sufriendo", cuenta.

La tragedia devastó a todos los hermanos. "No queríamos hacer nada, ni lavar los platos -recuerda Sasha sobre aquellos días de dolor infinito-. Mijail no se quería bañar y a mí había noches en que me agarraban ataques de pánico tan fuertes que pensaba que me iba a morir".

Mientras habla, los objetos a su alrededor también parecen querer contar una historia. Una foto de un viaje familiar a Bariloche en una repisa o un dibujo colgado en la pared con una dedicatoria de Mijail: "Si tu corazón está con el de cada uno de tus hijos es porque rebosa amor a montones. Feliz Día de la Madre". Y en la heladera, una imagen de Javier y tres imanes: el de una obra social, una farmacia y una cochería.

El imán de una cochería convive en la heladera de los Ávila con una foto de Javier"Ahora estoy un poco mejor, no lloro como antes. Pero el vacío se siente todos los días", afirma Sasha, que de a poco retoma su vida. Cuenta que aspira a ser periodista, profesión que conoció más cuando los medios se acercaron a conocer su historia. "No importa si sos rico o pobre. Hay gente que tiene muchas necesidades y como...

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