Ramona, de cerca

"Ahora salimos y gobierna Allende", me dijo mi amigo Abel en el colmo de la ironía ese sábado a la noche, unos cinco años atrás, cuando Chile se preparaba para votar un gobierno de centroderecha. Estábamos en el Cine Arte Normandie de la calle Tarapacá, en Santiago, entonces un paraíso decadente detenido en el tiempo, con telones raídos y butacas desvencijadas, a metros de La Moneda. Habíamos interrumpido por unas horas la cobertura de las elecciones presidenciales para ir a ver La nana, premiada película que cuenta la historia de Raquel, empleada cama adentro que trabaja hace 20 años en una casa de clase alta y se brota cuando los patrones le anuncian que van a traer a alguien que la ayude con las tareas domésticas. Enfundada en su uniforme almidonado, Raquel no representa a su clase social, sino que replica gustos, actitudes y el discurso de quienes le pagan el sueldo. Su vida es pura imitación del gesto dominante; no hay ni siquiera un matiz aspiracional; su mayor orgullo no es su capacidad de trabajo, sino el amor que le profesan los chicos a los que crió. Recordé todo esto luego de ver Réimon, la de Rodrigo Moreno, una suerte de contracara del film chileno, con un personaje que inunda la pantalla con su espíritu de clase en momentos en que la desigualdad es el gran tópico del debate político y que se vuelve a leer y discutir a Marx en todo el mundo a partir de la obra de Piketty.

cuenta la historia de Ramona, una mujer joven que vive en el conurbano bonaerense y trabaja limpiando por horas en casas de la Capital. La cámara la sigue –la persigue, la observa en detalle cercano– en su rutina de caminatas y viajes extensos para llegar al centro, llaves que abren puertas de otros y también en su trabajo específico, la puesta en orden de aquellos ambientes en los que gente de clase media y clase alta desarrolla su vida privada. También la sigue en su fin de semana, en una despedida familiar o cuando sale con su perro por las cuadras de Florencio Varela o en la cerrada intimidad del momento en que se mete a la cama para ir a dormir. Ramona es alta, esbelta, elegante como una escultura de ébano. Silenciosa, pasa por las casas domesticando sábanas, lavando platos y ventanas, barriendo pisos y limpiando el polvo de los escritorios. El contacto con los patrones es mínimo; a algunos directamente no los ve, uno de los departamentos está siempre vacío cuando ella llega, casi como para que ella pueda sentirse por un rato dueña de casa, sentada entre...

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