Poder y obsecuencia

Al mismo tiempo que la política argentina fue perdiendo institucionalidad y pasó a depender cada vez más de decisiones y arrebatos personales, la vida cívica se fue contaminando con un vicio deplorable: la obsecuencia.El examen racional de los problemas, la argumentación y el debate son prácticas en retroceso, que dejan lugar a decisiones impuestas por líderes que deliberan sólo con ellos mismos. La obediencia ha tomado el lugar del análisis crítico.Se extiende el fenómeno a la mayoría de las agrupaciones que intervienen en el juego del poder. Sin embargo, aparece de manera más visible y exagerada en el Poder Ejecutivo Nacional. La obsecuencia no se cansa de enviar señales. Ningún dirigente oficialista parece tener derecho a expresarse si no reitera elogios a la Presidenta y a su esposo. Basta observar las declaraciones radiales, los blogs o los mensajes de Twitter de algunos ministros, para advertir la energía y el tiempo que dedican a congraciarse con un solo receptor: la pareja gobernante.Alguno de esos funcionarios se abnegó todavía más sustituyendo su concepción de la política, la economía o las relaciones internacionales por otra más aceptable para sus jefes. Para ese cambio no medió autocrítica alguna. Sólo intervinieron el miedo, las ganas de agradar y de ser tenidos en cuenta cuando se reparte el poder.Hay casos más extremos de anonadamiento. Por ejemplo, el de aquellos que, en obsequio al matrimonio presidencial, se dispusieron a repudiar su propio pasado, descalificando de manera impiadosa a administraciones o grupos de los que habían formado parte hasta no hace mucho tiempo. Es larga la nómina de talibanes del kirchnerismo que esconden en su interior a un viejo menemista, a un cavallista avergonzado, a un duhaldista reconvertido o a un militante de la Alianza.Estas desviaciones no podrían ser más nocivas para el ejercicio del poder y, en general, para la vida pública. La obsecuencia se convierte en una estrategia de ascenso que sustituye al mérito, la idoneidad, la aplicación a los problemas que esperan solución. El único control de calidad es el beneplácito del jefe.La contracara de esta desviación es el personalismo. Gabriel García Márquez sostuvo cierta vez, en referencia a Fidel Castro, que él había conocido muchos líderes con características similares. Todos eran desconfiados, calculadores, astutos. Salvo en un momento en el cual adquirían el candor de un niño de cinco años: cuando les hablaban bien de ellos. La cultura política argentina...

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