Escrito en la arena

PUNTA CANA.– Ni bien se desembarca en este aeropuerto se siente que se llegó al corazón del Caribe. No sólo por el intenso calor y la altísima humedad que golpean a los que vienen de latitudes más frescas, sino por el aire distendido y la buena onda que transmiten los lugareños.Punta Cana existe por y para el turismo. En el extremo oriental de la República Dominicana, no por nada tiene una de las mayores concentraciones de resorts del Caribe. Fue fundada en función de satisfacer una demanda que buscaba un lugar distinto y especial para vacacionar. Sus habitantes lo saben y lo hacen notar. Cordiales, amables, reciben con una sonrisa y se muestran curiosos por el origen del recién llegado: "A los argentinos parece que les gusta mucho Punta Cana porque siempre tenemos viajeros de allí. ¿Hace frío en Buenos Aires?", dice la oficial de Migraciones ni bien recibe el pasaporte.Fuera del aeropuerto, bajo un sol inclemente, taxis, combis y camionetas de lujo van recogiendo a los turistas (en su mayoría parejas de luna de miel), fundamentalmente de Estados Unidos y Europa. Una vez dejada atrás la amable estación aérea, con techos de quincho y enormes ventiladores que parecen las hélices de un avión, el viaje hasta el resort dura menos de media hora. En el trayecto aparece otra sensación: a diferencia de muchos otros lugares de la región, aquí lo que sobra es vegetación: palmeras de todo tipo, manglares, bananos y decenas de otras especies conforman una selva cerrada y verde, muy verde, que sólo se ve interrumpida por esa larga lengua de asfalto que es la nueva autovía que conecta esta ciudad con la capital, Santo Domingo.Al llegar a destino (el Paradisus Palma Real, específicamente el sector Royal Service) todo invita al relax. Piscinas enormes con barras en el medio que sirven tragos indiscriminados con bebidas de primeras marcas se distribuyen en medio de centenares de reposeras, cada una con una toalla lista para usar, mientras un ejército de camareros va de un lado a otro trayendo y llevando copas y platos de comida para que nadie tenga siquiera que moverse de su lugar para comer.El mismo concepto de confort se aplica para llegar a las habitaciones: distribuidas en módulos alejados del gigantesco y siempre vivo lobby, se va a ellas en carritos de golf que hacen paradas en medio de los laberínticos caminos que brindan una intimidad impensada.Más allá, los sectores de juegos para chicos se mezclan con los rincones con actividades para adultos. Y al final, sí, la...

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