Apostando el futuro

En varias oportunidades, hemos abordado desde estas columnas el tema de los juegos de azar en nuestra castigada Argentina. Hemos dscripto una triste realidad en la que una oferta variada y en aumento amenaza con continuar elevando perniciosamente el número de ludópatas. No hemos descuidado tampoco el análisis de los nefastos efectos que estas patologías adictivas tienen no sólo para los jugadores, sino también para sus entornos familiares y para la sociedad en su conjunto.Es que poner exclusivo énfasis en la dimensión individual del problema dificulta la compleja comprensión de esta adicción de enorme alcance social.El Estado, que debe regular y prevenir el avance de este flagelo, es paradójicamente quien lo promueve y alimenta, descuidando el dictado de leyes y normas para acotar su desarrollo, fomentando deliberadamente su precariedad legal y la falta de transparencia en la que está sumergida toda la actividad. Todo parece contribuir a que vivamos inmersos en una realidad que, por lo azarosa, se parece bastante a una gran sala de juegos, de las muchas que testimonian que en este negocio sus dueños sí tuvieron una indiscutible y muy rentable década ganada, al servicio exclusivamente de sus bolsillos particulares y ante la mirada cómplice del poder.Nuestro país, una inagotable cantera de todo tipo de riquezas, ha demostrado una sorprendente capacidad de recuperación: no importa cuán comprometida haya sido la situación, cual ave fénix renacemos de las cenizas, muchas veces sin necesidad de redoblar esfuerzos, sólo empujados por los vientos de la buena fortuna y una inercia a la que muchos de esta generación parecemos habernos acostumbrado.En instancias críticas, agobiados por los problemas y los negros escenarios, gran parte de la población parece desarrollar la convicción de que ya no se puede estar peor y que en breve llegará, casi por arte de magia, la solución, la racha de buena suerte que creemos merecer. Tanto es así que, cuando la confianza aún lo permite, se recurre a préstamos anticipados y endeudamientos extremos, se venden "las joyas de la abuela" y hasta se cruzan límites impensados, como el de mentir, robar o hipotecar lo personal y lo ajeno.Hacerse cargo de la propia dificultad para lidiar con comportamientos adictivos que se repiten y que perjudican mucho a muchos no es tarea sencilla. Tanto un jugador compulsivo como una parte de la sociedad argentina consideran que obtendrán ilusoriamente mejores resultados con los mismos procederes. No...

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