Yoga en la cárcel: una receta para reducir el estrés y sumar armonía

Adomuka, chaturanga y uttanasana. Estas palabras ya forman parte del mundo "tumbero" gracias a un grupo de instructores que armaron el proyecto Moksha-yoga en la cárcel para llevar esta disciplina a los penales. Hoy, un día soleado de noviembre, en el patio del Pabellón 7 de la Unidad Penitenciaria Nº 48 de San Martín, también se escuchan frases como "manos al centro del corazón, abran el pecho, ahora cobra, después tabla, respiren, pasamos a estocada y guerrero".

Los que siguen estas indicaciones son 30 internos que en silencio, descalzos y con los ojos cerrados, intentan copiar las posturas que la "profe" Milagros Colombo les muestra con infinito amor y paciencia. De fondo, los acompaña un mural multicolor que ellos mismos pintaron con objetivos a seguir: gratitud, voluntad, paciencia, resiliencia, responsabilidad, libertad y paz son algunas de las palabras que eligieron colgar en la pared a modo de brújula.

Sentirse libres

"En las dos horas de la clase, te olvidás de tus problemas. Vamos con tabla, con adomuka, con chaturanga y terminaste realiviado, relajado. Haciendo yoga te sentís libre, salís durante dos horas de este mundo. Estás tan concentrado que no querés que termine la clase", dice Lucas Roldán, de 33 años, que desde hace ocho está privado de su libertad.

Como él, ya son 200 los internos que en siete pabellones de este penal participan de las clases de yoga que esta organización dicta desde hace dos años con el objetivo de transformar su presente y su futuro. Surgió por la inquietud de varios instructores de poder aplicar sus beneficios en estos contextos vulnerables.

"Todos pasamos por nuestra propia piel la práctica del yoga, y como para todos fue tan valioso nos preguntamos en dónde podíamos ofrecer este tesoro", dice Colombo, de tan sólo 29 años. "Y obviamente la cárcel es un sector dejado de lado en muchos aspectos, así que desde el corazón o desde la inteligencia, si mientras los chicos están acá pueden generar un cambio, cuando salgan tienen otras posibilidades y nosotros también, otros vecinos".

El penal es el reino de los contrastes. Candados, rejas, alambres de púa y guardianes uniformados le ponen rostro al encierro. Por otro lado, la pulcritud del lugar y los grandes jardines cuidados le imprimen un aire de country que confunde. Los internos saludan a las voluntarias de Moksha a través de las rejas mientras caminan por los pasillos. Apenas se pueden tocar los dedos. Más allá de las apariencias, esa es la realidad...

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