De Yerba Buena a Yohohama, la escala final de Kranevitter en River

Son 17.500 kilómetros. Para desandarlos, hay que hacer un viaje de no menos de 30 horas de avión. A Matías Kranevitter, llegar de Yerba Buena a Yokohama para jugar a los 22 años los partidos más importantes de su corta carrera, en el Mundial de Clubes, le llevó mucho más tiempo y esfuerzo. Primero, desde que empezó a jugar en el campito hasta que a los 14 años se fue a vivir a la pensión de River en Núñez, tiempos en los que la familia estaba lejos y el dinero no alcanzaba para visitar al mayor de seis hermanos; tiempos en los que Matías ni siquiera era titular en su categoría. Esfuerzo, paciencia, ganas de progresar. Todo pasó muy rápido desde el debut en Primera a fines de 2012 hasta arribar a Japón, lapso en el que Kranevitter se ganó el puesto, fue campeón (local, Sudamericana, Libertadores, Recopa, Suruga Bank), lo convocaron a la selección mayor... Historia conocida.

"Vino de Tucumán con una mano atrás y otra adelante, nadie lo recomendó", recuerda Gabriel Rodríguez, actual coordinador de las divisiones inferiores de River y quien estaba en el mismo puesto cuando hace ocho años el Colorado pisó por primera vez el Monumental para una prueba. En Tucumán, Kranevitter había sido convocado para una selección Sub 15 y uno de esos buscadores de talentos del interior del país lo vio y le ofreció ir a probarse al club millonario.

Eran tiempos difíciles. Matías, que había jugado en las inferiores de San Martín de Tucumán, tenía que ayudar a su familia, pese a los esfuerzos de papá Claudio con el taxi y de mamá Sandra, ama de casa. Como una herencia de familia, Kranevitter, cuyo tío es el golfista César Costilla y su primo, el Pigu Romero, también se destacaba en el golf y colaboraba con su familia con el dinero que se ganaba como caddie. "Cerca de mi casa en Tucumán, hay cuatro campos de golf. Yo juego bien y tuve que elegir entre el fútbol y el golf. A los 12 años, iba al colegio a la mañana, a la tarde trabajaba como caddie y a partir de las 6 practicaba fútbol. No paraba. Me pagaban 15 pesos, de los cuales le daba 10 a mi mamá", recuerda.

"Vino con el padre, como uno cualquiera. Lo vimos, lo citamos para una segunda práctica y lo mandamos a fichar. Desde ese momento, tenía una condición de entrega, sacrificio y lucha notable", explica Gabriel Rodríguez. Comenzaba una nueva vida para Kranevitter. De la cancha polvorienta a las luces del Monumental, y a vivir en Buenos Aires.

"Él tuvo que ir a una pensión a la edad en que muchos chicos están...

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