Un workshop de percusión, o cómo sentir el ritmo del cuerpo

La percusión es la frecuencia sonora de la vida. A cada ser humano lo impulsa un tambor que crea una melodía única y personal de años y años de latidos. El primer percusionista, también el más noble, es el corazón. Mientras siga tocando no hay nada de qué preocuparse. Y si deja de tocar, siempre habrá otros cerca para retomar el ritmo de la misma canción.Ahora yo debería decir que eso me lo enseñó el gran percusionista brasileño Naná Vasconcelos en el workshop que hace unos días dictó en Buenos Aires, historia y asunto de esta experiencia. Pero no, la verdad es que no llegué a esa conclusión durante el taller, sino después, o mejor dicho hace un rato, cuando me dispuse a recordar los detalles de la clase para contarlos en este texto. Para hacer memoria, hace unos minutos apenas, me paré en medio de mi casa, golpeé fuerte el piso con mis pies, luego estiré mis manos y di palmas, dejé que el tempo de mis pasos se uniera al de mis manos y finalmente grité una y otra vez tum baramba tum en una gran marcha triunfal de mi cuarto a la cocina, con el acento puesto en el último tum reforzado por el resto de mí.Así estuve unos 15 minutos felices en los que me di cuenta de todo. Primero: que la música es una vibración que va y vuelve del cuerpo, con o sin instrumento, y que sobre esa vibración sólo se navega si la mente se permite fluir sin pensar. Segundo: que la percusión es tan antigua como el hombre, ya que debe haber nacido con el primer ser humano que golpeó una piedra, un tronco o lo que tuviera a mano, para acompañar con ese ritmo el pulso secreto de su propio corazón. Y tercero, y último (quizá): que si todos tenemos un cuerpo, el instrumento natural y primigenio, todos podemos tocar. Lo único que se precisa aprender es la técnica para sumergirse mejor en esa vibración, que en definitiva tiene más que ver con serenar la mente que con el virtuosismo de los dedos o las manos. A la música no se la interpreta, se la sintoniza. Aprender a tocar es aprender una forma de vivir.Nobleza obliga, debo admitir que Naná Vasconcelos no dijo absolutamente nada de todo esto en su workshop del miércoles 4 en el Salón Real. También creo que no necesitó verbalizar, es decir, racionalizar, lo que todos sentimos y aprendimos durante dos horas de golpes, palmas y gritos alrededor de la manta sobre la que descansaba un viejo y hermoso berimbau. Ex compañero de aventuras de Gato Barbieri, ejemplo extremo de formación autodidacta y socio musical de Jan Garbarek y Don Cherry...

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