La voz de las mujeres

AutorFlorencia Goldsman

La semana pasada visitó nuestro país la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, una emergente de las mujeres de su pueblo que este año, por primera vez, pudieron alzar su voz para denunciar en estrados públicos la violación como crimen de lesa humanidad. Esas voces que ahora se multiplican fueron el primer paso para el reconocimiento del genocidio en Guatemala. Pero sobre todo le dieron dimensión al abismo que hay entre víctimas y victimarios, se sacudieron como polvo la vergüenza de haber sido ultrajadas, de haber sido el campo de batalla donde el agresor pretendió dejar su marca indeleble, su intención de acabar con la identidad de los pueblos indígenas; son voces que tienen el poder de empezar a mitigar el dolor de heridas que no cierran. Puestas en común, estas voces crean lazos, poder y memoria compartida.

Desde Guatemala

“Lo que hemos visto ha sido terrible, cuerpos quemados, mujeres con palos enterrados como si fueran animales listos para cocinar carne asada, todos doblados, y niños masacrados y bien picados con machetes. Las mujeres también matadas como Cristo.”

Caso 0839, Cuarto Pueblo, Ixcán, Quiché, 1985. Del libro Guatemala Nunca Más

Fueron las mujeres indígenas, aquellas que muchos consideran sólo personal de servicio, vendedoras de mercado, intrusas, las que alzaron la voz e hicieron emerger la palabra. Y hablaron: “En Guatemala hubo genocidio y violencia sexual sistematizada”.

Las mujeres pasaron de víctimas a convertirse en actoras imprescindibles en la disputa de la memoria. Fueron, y son, miles de testimonios de los abusos sexuales hacia mujeres que salen a la luz. Demorados por el temor de contar sus historias en comunidades tradicionalistas que aún hoy las marginan por el hecho de haber sido violadas. Las violaciones a las mujeres indígenas son uno de los ejes centrales que evidenciaron la crueldad y la magnitud del genocidio. En Guatemala, la violencia se enquistó en los ataques hacia las mujeres tras el objetivo de aniquilar a un pueblo entero a través de su reproductora fundamental: la mujer como guardiana de la vida y continuadora de las tradiciones mayas.

El proceso judicial comenzó el 18 de marzo, acabó el 10 de mayo y tuvo por primera vez al ex comandante en jefe del ejército Efraín Ríos Montt en el banquillo, acusado por la responsabilidad en la cadena máxima de mando por el delito de genocidio. Bajo su dirección, el ejército actuó obediente con el fin de acabar con una etnia y socavar sus bases esenciales. Se juzgó la matanza de 1771 indígenas ixiles y la violación masiva de mujeres de este pueblo, y otras aberraciones que alcanzaron el punto candente de la ira militar entre los años 1982 y 1983 en el área nordoccidental del país, conocida como el Triángulo Ixil y el Ixcán.

Menos de tres meses duró el proceso en el que un tribunal compuesto por las magistradas Yasmín Barrios, Patricia Bustamante y el juez Pablo Xitimul, con gran tesón y una considerable cuota de valentía, sistematizaron décadas de denuncias de organizaciones de derechos humanos locales como AJR (Asociación para la Justicia y la Reconciliación) y...

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