La voz de la historia

AutorSergio Sinay

He leído en estos días un libro impresionante1. Su autor (por el momento lo nombraré como W.S.), un periodista, escritor e historiador de raza, cuenta con compromiso, con coraje y con una prosa potente el proceso del que es testigo privilegiado, y en muchos momentos protagonista, en un país a cuya tragedia y descomposición asiste día a día. Su relato empieza en el momento en que un hombre, amparado en la manipulación de mecanismos institucionales, asume el poder total, más allá de sus cargos formales. Ese hombre está rodeado de serviles y fanáticos (que huelen la posibilidad de pellizcar migas de poder). Dice de ellos W.S., al observarlos en un acto partidario, que mientras miran a su jefe "su rostro se transforma en algo positivamente inhumano". A medida que la ambición de ese hombre y sus seguidores cercanos crece, hay un progresivo avasallamiento de los mecanismos institucionales y el testigo advierte: "Cada mentira que se pronuncia es aceptada como una gran verdad".

Mientras es obvio que el detentador del poder no piensa detenerse ante nada, y empieza a desconocer y desvirtuar acuerdos y pactos tanto nacionales como internacionales, siempre con el argumento de que con esos pactos se pretende atentar contra su pueblo y contra él, aquellos que están en condiciones de actuar para detenerlo no lo hacen. Esa inmovilidad obedece, según la certera y apasionada crónica, a cálculos siempre erróneos por parte de políticos y analistas. Dicen que el proceso durará unos pocos meses porque es inviable y desmesurado. En la medida en que esto no ocurre, lejos de reconocer el error y enmendarlo, empiezan a ver de qué manera se pueden aprovechar el poder de este hombre y sus fuerzas para negociar con él y obtener mezquinamente algo a cambio. En cada negociación en la que se proponen lograr un beneficio son burlados por quien, en definitiva, no acepta reglas, traiciona los acuerdos y ve siempre conspiradores en sus interlocutores. Más adelante tratarán de no ofuscarlo por temor a sus reacciones. "Es absurdo, escribe W.S., buscan apaciguar al hombre que es responsable de sus problemas." Luego de seguirlo de cerca y cubrir día a día su agenda siempre desbordada e imprevisible, el cronista describe a ese hombre de esta manera: "Todas sus palabras, su tono, destilan veneno". O de ésta: "No puede perdonar ni después de muerto a un hombre que le ha llevado la contraria". De hecho, cuando algunos de sus fieles se asustan de los métodos que él propone, manda a...

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