Volver de la tragedia: el joven que eligió vivir

Demasiada angustia, demasiada rabia, demasiada impotencia. Tanta, pero tanta, que otra puerta se abrió. Una que le permitió volver a disfrutar de un juego en un parque de diversiones como si fuera un chico: el viento en la cara y la adrenalina en la sangre hasta zapatear de alegría. O de la frescura de una pileta de lona en un patio de Ciudad Evita. Armarse de valor y viajar al pie de la montaña para enfrentar su pasado. Lanzarse a la aventura latinoamericana sin un peso en el bolsillo, pero con una amiga de fierro. Regatear un hotel para no dormir en las calles de La Paz, confundir con un helicóptero la furia de la Garganta del Diablo o meterse en el Pacífico en una desolada playa peruana.

A los 39, catorce años después del episodio que lo dejó sin voz y en una silla de ruedas por un daño neurológico, nada sigue siendo fácil para Michel Jurvillier. Aunque sus más cercanos dan fe de que a él le volvieron las ganas de vivir y de recuperarse. Como dice su amiga y enfermera Sonia Toledo: no hubo un clic, fue gradual, un proceso. "Él estaba muy metido en él, muy enojado con todo el mundo -cuenta Sonia-. Yo trataba de incentivarlo con que había mil cosas que podía hacer. Y él se preguntaba qué, si estaba así, en una silla de ruedas y encerrado. Y un día, con sólo una mochilita, salimos de viaje."

Ese viaje avivó el proyecto de escribir su vida. Noches hasta las cinco o seis de la madrugada con Michel narrando y Sonia tipeando. Y un año y medio después No todo está perdido se publicó. "Yo quise contar lo que me pasó", dice Michel, esbozando una primera palabra y completando el resto con lenguaje de señas que Sonia interpreta rápidamente.

El libro es la voz de Michel. Se presenta como un instructor de snowboard de 25 años, estudiante de relaciones públicas, fachero y al que no le falta nada. Un afortunado con toda la vida por delante. "Y como de estar despierto a estar dormido, pasé de ser todo a ser nada. En un pestañeo, no me di cuenta de nada, sólo que no era yo, que muté sin previo aviso, fallecí y no me di cuenta", escribe.

No sabe qué pasó. Volvía solo de un boliche en Bariloche y... nada más. ¿Una patota? ¿Un accidente? Se despertó en un cuerpo dañado. Lo habían encontrado tirado en la calle, sobre la nieve, inconsciente. El hecho quedó impune.

Y el maldito ritual. Los días se repiten. "¡Yo quiero vivir! ¡Quiero salir! ¡Quiero tener sexo!", grita en el libro. En sus sueños corre, salta, pero se despierta atrapado en su realidad. Y eso que...

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