Violencia, sociedad y justicia

Hace tiempo Hannah Arendt trazó una correspondencia aún vigente y llegó a la conclusión de que la violencia, a pesar de que puede ser racional y justificable (aunque nunca legítima), es muda. Luego concluyó que sus causas "naturales" son la impotencia y la rabia que generan las condiciones sociales cambiables pero que no cambian, la motivación de provocar una acción "para que pueda surgir la verdad" y desenmascarar la hipocresía, y la ofensa a "nuestro sentido de la justicia".

Disiento en parte. Más allá de que nos pueda silenciar (por la consternación que causa y porque puede dejarnos sin aliento, en todas sus acepciones), la violencia siempre dice algo, en especial del agresor: es una forma de expresar sentimientos negativos y puede constituirse (y es habitual que ocurra) en un canal de comunicación tácito y unidireccional, en la medida en que el violento expresa así, sin mediar palabra y sin esperar respuesta, su impotencia argumental. La violencia siempre es la expresión de la ruptura del diálogo.

La cuestión se complejiza porque la sana convivencia social supone el diálogo (propio de la política bien entendida) y el rechazo de la violencia. Pero la mentira, como ruptura del diálogo entre los hechos reales y la verdad contada, también es violencia que impide el intercambio de ideas. Para peor, en una sociedad atravesada por la pobreza, la crisis económica, la desigualdad, la corrupción y umbrales crecientes de violencia multifáctica (delictiva, de género, deportiva, discursiva, comunicacional, política, etc.), se replican incesantemente escenarios de agresión que "resetean" diariamente nuestro umbral de tolerancia hacia el fenómeno y así lo banalizan.

La Corte Suprema ha asociado estos tópicos afirmando que el derecho a opinar no es equivalente al derecho al insulto y que el debate robusto (comprensivo de la crítica, aun ríspida e irritante) es indispensable para el desarrollo de la vida republicana y democrática (fallos: 343:2211). También dijo que no puede legitimarse como partido político a quienes incurren en apología del odio e, indirectamente, incitan a la violencia (fallos: 332:433), aunque -agregó- no siempre esa impronta surge clara del programa de un partido, sino más bien de su praxis. Finalmente sostuvo que la política en el sentido más alto, como arte para arribar al poder y como ciencia en la conducción en la etapa de gobernar, es esencial e insustituible para evitar la anarquía, el recurso de la violencia y la disolución...

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