'Vine a decirles que no están solos'

LESBOS, Grecia (De una enviada especial).- "Vine a decirles que no están solos, vine a escuchar sus historias." Fueron las simples palabras que les dijo ayer el Papa a los cerca de 3000 refugiados encerrados en el campo de Moria, donde se vivieron escenas de profundo dolor y emoción.

Fue el momento crucial de su visita a Lesbos, un viaje "marcado por la tristeza", como destacó el propio Francisco. Acompañado por el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé, y el arzobispo de Atenas y toda Grecia, Ieronimus, el Papa recorrió, de hecho, un lugar lúgubre. El campo de refugiados de Moria en realidad es un campo de detención más bien parecido a un campo de concentración, rodeado de alambres de púas y paredones de cemento.

Para la ocasión, este sitio atroz, pero enclavado en una colina de olivares centenarios, a 16 kilómetros del puerto de Mytilene, había sido "maquillado": fueron levantadas carpas y podios especiales, hubo una limpieza entre sus containers y algunos "huéspedes" no sólo recibieron ropa nueva, sino que también pudieron darse una ducha después de semanas, según contaron a LA NACION algunos refugiados sirios detenidos allí.

Como en ocasiones parecidas, o como cuando suele visitar cárceles, no bien llegó, el Papa saludó, uno por uno, a centenares de personas, adolescentes, mujeres y chicos. Los refugiados, muchos sirios, pero también paquistaníes, afganos, iraquíes, africanos, kurdos, yazidis, lo esperaban con carteles de bienvenida: "Los cristianos paquistaníes te dan la bienvenida, papa Francisco". Y, también, con reclamos escritos a mano con lapiceras sobre pedazos de papel: "Ayuda al pueblo yazidi"; "Libertad de movimiento".

Hubo aplausos para el Papa, que besó a chicos, estrechó manos, y saludó a las mujeres musulmanas presentes, con el pelo cubierto por un pañuelo, inclinándose y tocándose el pecho, en señal de respeto. Y hubo escenas de dolor cuando, en una carpa blanca donde se reunió...