Un viaje de trascendencia geopolítica y pastoral que apunta a enfatizar el valor del diálogo

LA HABANA.- Habrá imágenes fuertes, de lo más simbólicas, en el décimo viaje internacional que emprendió ayer Francisco a Cuba y a Estados Unidos, de trascendencia geopolítica y pastoral.

Si Juan Pablo II, el primer pontífice del Este, logró en su viaje a Cuba de 1998 romper el hielo que atenazaba al régimen de Fidel Castro -abandonado por una Unión Soviética ya desintegrada-, Francisco, el primer papa latinoamericano, cosechará las semillas sembradas entonces y también en 2012, por Benedicto XVI. Pero Jorge Bergoglio también dejará su propia marca personal.

Como sus predecesores, celebrará hoy misa al lado de la gigantografía del Che Guevara, en la Plaza de la Revolución de La Habana. En ese momento, y ésa es la gran diferencia con las anteriores visitas, la bandera norteamericana estará flameando en la embajada de Estados Unidos de la capital cubana. La sede diplomática fue reabierta en julio pasado, después del sorpresivo anuncio de restablecimiento de relaciones alcanzado gracias, entre otras cosas, a la intervención del Papa.

¿Qué busca Francisco con este viaje a Cuba y Estados Unidos, países que jamás pisó en su vida, uno pequeño, comunista y aislado, el otro superpotencia del planeta, símbolo del capitalismo, marcados por décadas de hostilidad? Aunque tiene una agenda y propósitos distintos en cada país, también hay elementos en común. En los dos, recordará la importancia de las culturas del diálogo y del encuentro para que haya un futuro mejor para la humanidad; la centralidad de la persona antes que la del dinero; la urgencia de cuidar a los marginados; la necesidad de que haya una globalización de la solidaridad; la importancia de la familia y del ambiente.

Bergoglio, que en 1998, recién designado arzobispo de Buenos Aires, premonitoriamente escribió un ensayo sobre los diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, busca, en esta primera etapa, tirar definitivamente abajo ese muro invisible de La Habana, que por más de 50 años dividió no sólo a dos países si no a todo el continente americano.

Más allá de alentar la continuación del deshielo y el fin del embargo -cuestionado desde siempre por el Vaticano-, llevará al castigado pueblo de los cubanos un mensaje de alegría y esperanza para un futuro mejor, con más libertad, tolerancia y oportunidades para todos. Renovará la fe de ese 60% de católicos marcados por décadas de ateísmo militante y persecución; y consolidará el rol crucial de la Iglesia católica como garante de paz y...

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