La vastedad de los derechos fundamentales

AutorRolando E. Gialdino

Decía Teilhard de Chardin que si se mirara nuestro planeta desde el espacio, se advertiría una aureola que lo rodea, emanada del obrar de la inteligencia humana. La metáfora, bella, encierra una comprobación: el resplandor abarca toda la tierra en la medida en que es fruto de los hombres que la cubren. En cada rincón, en cada retazo del planeta, hay hombres, muchos o pocos, que contribuyen a la producción del fenómeno. La luz proviene, entonces, de una suerte de sinergia. Pero, esta relación, vale decir, el concurso activo de una pluralidad de actores, no presupones, necesariamente, una previa concertación o comunicación entre ellos. El grano de trigo puede ignorar el pan, y la gota el mar. Sin embargo, así como la aureola no es hija del azar –sino de la inagotable vocación del hombre por el hombre-, su luminosidad puede aumentar mediante dicho concierto.

Ahora bien, si confiamos en que las fatigas humanas por la justicia no son ajenas al mencionado fenómeno, podríamos preguntarnos sobre cuál es el hombre objeto de dicha vocación y cuál el contenido del acuerdo, si de justicia se trata. Hoy vemos la tierra mediante los cristales de la “universalización”, de la “mundialización”, y las voces “globalización” y “apertura” visitan permanentemente nuestro lenguaje. Es apremiante, en consecuencia, reflexionar sobre el sentido que deba darse a tan singular situación, y al desafío que entraña. La comunicación, el intercambio de información y el debate, en el que se entrelazan ordenamientos jurídicos diversos, son requisitos imprescindibles para un emprendimiento en común. Convocando bajo la premisa de que la pluralidad es prenda de enriquecimiento mutuo y recíproco, y no factor de separación, el aludido diálogo tributa, de muchas maneras, a la convivencia pacífica.

Empero, bien que provechosa, dicha comunicación perdería buena parte de su valor, de no estar signada, preñada, por la idea de que acercar a los hombres es, sobre todo, vincularlos sobre la base de un común criterio de lo que es justo en lo tocante a los derechos y libertades fundamentales. La plaza común del “mundo único”, de no estar regida por la justicia y la equidad generales respecto de los derechos del hombre, será lugar de desencuentro y atentado contra la igualdad. En fin, un ágora de frustraciones. La piedra fundamental de la “cosmópolis” habrá de ser la justicia desde que en ésta hállase, en suma, toda virtud.

Y es precisamente en este aspecto, en el que todavía quepa...

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