Urgencias terrenales y pasión científica

Dado el deslumbramiento que sentimos frente a las mentes brillantes, a veces nos desconciertan los vaivenes de su vida cotidiana. Es lo que nos ocurre, por ejemplo, con nuestro paradigma del genio, Albert Einstein. Aunque en las fotos sonríe como un abuelito despistado, al parecer tuvo varias cuentas pendientes. Por ejemplo, no fue lo que se considera un buen padre. De sus tres hijos, a Lieserl, nacida en 1902 antes de su matrimonio con Mileva Maric, no la vio nunca: según cuenta Arthur Miller en Einstein y Picasso (Metatemas, 2007), temeroso de que una hija "ilegítima" pudiera ofender a las autoridades helvéticas y poner en peligro su puesto en la Oficina de Patentes de Berna, la entregaron a extraños en Belgrado poco después del nacimiento. Y en Einstein entre comillas (Norma, 1997), Alice Caprice menciona que con otro hijo, Eduard, que padecía una enfermedad mental, no volvió a tener contacto más que a través de su biógrafo, Carl Seelig, desde que dejó Europa, en 1933.

Marie Curie, la primera persona que ganó dos premios Nobel y la primera mujer que obtuvo una cátedra en la Sorbona, tuvo amores de novela con un físico casado, Paul Langevin, cinco años menor que ella y padre de cuatro hijos. La historia fue tan resonante que incluso llegó a las tapas de los diarios. Según recuerda Robert Reid en Marie Curie (Salvat, 1984), Le Journal publicó el 4 de noviembre de 1911 que "el fuego del radio ha encendido una llama en el corazón de un científico, y la esposa e hijos de ese científico ahora están llorando". Cuatro días más tarde recibiría su segundo Nobel.

En Galileo's Daughter (Walker y Company, 1999), Dava Sobel reúne las 124 cartas que le envió al sabio italiano su hija mayor, sor María Celeste, y nos revela como ésta y su hermana Livia (sor Arcangela), nacidas de una larga e ilícita (para la época) relación con Marina Gamba, de Venecia, fueron recluidas de por vida en un convento de clausura mientras el hermano de ambas, Vincenzio, era legitimado y enviado a estudiar leyes a la Universidad de Pisa.

Sí, nuestros héroes son personas de carne y hueso. Tal vez por eso dos de las películas que se estrenaron ayer, La teoría del todo y El código Enigma, inspiraron artículos e intercambios en Twitter acerca de la elección de científicos como protagonistas de historias cinematográficas.

La primera trata sobre la historia de amor -y ciencia- de Stephen...

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