Tres científicos que derribaron fronteras

De alguna manera, Stephen Hell, ayer distinguido con el premio más preciado de la ciencia, siempre se consideró un rebelde. Desde que se doctoró en la Universidad de Heidelberg, en 1990, se propuso romper los límites que establecían que era imposible ver objetos de menos de 200 micrómetros (millonésimas de metro), pero sus ideas eran consideradas exóticas y su trabajo era recibido con escepticismo.De hecho, su paper del año 2000 en el que desarrolla la técnica que hizo posible el nanoscopio fue rechazado por Nature y Science antes de publicarse en Proceedings of the National Academy of Sciences.En una breve entrevista de la Fundación luego del anuncio del premio, Hell cuenta que se animó a desafiar las ideas aceptadas porque pensó que "se había descubierto tanta física durante el siglo XX que era imposible que no se pudiera sobrepasar el fenómeno descripto en el siglo XIX [las limitaciones de la difracción de la luz]"."De alguna forma me convencí de que debía haber una manera de sortearlo –dijo–. Y lo logré.""Amo ser un científico –agregó más adelante–. Siempre me divirtió enfrentar desafíos y los científicos podemos hacerlo porque trabajamos en la frontera del conocimiento. En cierto sentido, la ciencia es una aventura. Y también tiene mucha creatividad. Yo imaginé que tenía que haber un camino, pero no sabía cuál era. Tenía una intuición y tuve que dar un salto creativo, pero después tuve que probar que mi forma de pensar era correcta."Eric Betzig tuvo una carrera muy inusual. Después de investigar en los laboratorios Bell durante seis años, dejó la ciencia para...

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