Tren Bala. Que no nos pase por encima.Carta de un docente

AutorOscar Dinova
CargoProfesor de Ciencias Sociales

'Señora Cristina:

Si ya sé. Debería haber dicho Señora Presidenta. No se enoje, pero intencionalmente he querido darle a mi carta un tinte de vieja escuela rural, esas que usted tanto pondera.

Y contarle, decirle, porque quizás usted no lo sepa o lo haya olvidado, lo importante que fueron los trenes rurales para nuestra querida patria. Mis alumnos siempre me enseñan en los trabajos que realizamos la importancia del tren en el campo. A través de los recuerdos de sus mayores me traen viejas historias repletas de orgullo y de nostalgias.

Me dicen por ejemplo cuando los pueblos rurales, nacidos a la vera de las estaciones de campo recibían los cereales estibados en largos y sólidos galpones para luego ser llevados a puerto.

O las vacas que esperaban desde el día anterior para ser transportados a las ferias. Si se podían oír sus mugidos durante las noches y el griterío de la peonada por las mañanas cuando las subían los vagones.

Los más viejos aún recuerdan las duras madrugadas de invierno cuando esperaban en las puertas de las tranqueras el paso del lecherito, ese tren que paraba en todos los tambos que orillaban las vías.

Y tantas cosas más, como esas tardes de verano cuando los jóvenes se acercaban a las hermosas estaciones de madera para esperar la llegada de los vecinos que volvían de la Capital, o ver arribar a esos primos que venían a pasar unos días; cuánta ansiedad, ese tren que no llegaba más…. Pero llegaba, siempre y a horario y además con encomiendas, repuestos, cartas, medicamentos.

¡Sí hasta los presidentes hacían su campaña política en tren! ¡Parece Mentira!

El tren no sabía de malos tiempos ni de embotellamientos, quizás no era muy rápido pero era muy seguro, cumplía y los pueblos rurales prosperaban a su cobijo. El tren era correo para unos, salud para otros, estudios para aquellos, pagos, afectos, noticias, cultura, educación, pero por sobre todas las cosas era para todos la sensación y la certeza de pertenecer a una misma sociedad, a un mismo país.

Eso no tiene precio, no tiene igual, no es comparable ni reemplazable por nada.

Luego vinieron dictaduras militares que devastaron nuestros sueños y prepotencias democráticas que no los repararon. Se acuerda Señora de “ramal que para, ramal que cierra”, un presidente de su propio partido amenazó y cerró estos servicios. ¡Cuánta tristeza! ¡Cuánta impotencia!

Nuestros pueblos rurales empezaron a languidecer, algunos ya no existen, otros deambulan en una especie de purgatorio, la...

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