Toledo: el brillante regreso del chico que siempre soñó con el infinito

Infinito. Braian Toledo respira guiado por ese concepto de lo que no tiene límites ni final. El lanzador piensa en abstracto porque sueña todos los días con jabalinas imposibles surcando el cielo. Con podios y aplausos. Con fantasías y realidades. Hazañas concretas como la de ayer en el Cenard, donde superó su propio récord argentino al enviar el elemento 82,90 metros, distancia que lo clasificó para el Mundial de atletismo de mayores, que se disputará en Pekín en agosto próximo.

"¡Tomáaa, tomáaa....!", se descargó el chico de Marcos Paz, de 21 años, antes de romper en llanto por su nuevo logro, con el que mejoró el récord nacional de 79,87 metros que había conseguido el 24 de junio de 2012 en Manresa, España. Fue el empujón que necesitaba para su autoestima, porque venía de dos años de estancamiento, producto de problemas anímicos y una distensión del ligamento lateral interno del codo derecho. Debía provocar un nuevo clic en su carrera y se dio ayer, aunque él ya lo vislumbraba. "Este año voy a romperla", había anticipado en enero pasado.

Braian empezó a tantear el infinito en el barrio Martín Fierro de Marcos Paz, allí donde los gallos cantan día y noche. Todo comenzó en una humilde casilla rodeada de tierra, símbolo de penurias y privaciones. Hasta hace cuatro años, todavía vivía junto con su madre, Rosa Idalgo; su hermana Débora, y su hermano Ignacio. Ellos tres se acomodaban como podían en una cama matrimonial y él dormía en un colchón tirado en el piso. Se le hizo un hábito tan común que después, cuando empezó a realizar giras para competir, le costaba descansar.

Rosa llegó a los 14 años de Formosa y desde entonces fue empleada doméstica. Un Plan Trabajar, luego, resultó apenas un paliativo para su familia en medio de las carencias. Hubo noches en las que la única comida se hacía con harina, agua y aceite, más una taza de mate cocido... cuando había. Braian y Débora almorzaban en el comedor de la escuela Nº 815, a unas pocas cuadras, donde sí hay calles de asfalto.

Hubo un personaje clave en esta historia: Gustavo Osorio, quien fue su profesor de gimnasia cuando tenía 10 años. Antes de instruirlo en el arte de la jabalina lo animaba a tirar piedras lo más lejos posible, técnica que aplica para sus chicos de la escuela de atletismo. Entonces, Braian era un chico con melena y un talento escondido. "Osorio nos ayudó muchas veces con comida que él mismo compraba. Y a veces ni comíamos", recuerda con resignación. Las quintas de la zona le...

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