Todos los colores del mundo

Durante los últimos días vienen persiguiéndome algunas modestas catástrofes cromáticas. La primera fue indumentaria. ¿Dónde había guardado aquella camisa a cuadros que oscilaba entre el beige clásico y un tono arena? Después de un rato -en casa me aseguraban que jamás me vieron con una prenda de esos colores-, el enigma se resolvió de manera insólita: lo que yo consideraba beige era, para el resto, un gris sin fisuras. Horas más tarde cierta foto (en realidad, una diapositiva tan prístina como irrefutable) me hizo ver que el auto de mis tiempos infantiles no era verde claro, sino que rozaba un abominable amarillo patito. Y, para coronar el estado de sospecha, la costosa búsqueda de un libro sólo llegó a un final feliz cuando dejé de pasar los dedos por la biblioteca confiando en la supuesta tonalidad del lomo (¿de verdad era violeta y no rojo?). No sufro de daltonismo, aunque la camisa a mis ojos sigue siendo beige, ni tengo problemas de memoria, por mucho que puedan alterarla los recuerdos alterados. Ocurre simplemente que los colores tienen sus bemoles.

Afortunadamente, para comprobar que esa clase de deslices son los de cualquier mortal, existen los trabajos de Michel Pastoureau. Pastoureau es especialista en simbología medieval, pero encontró para explorar un segundo territorio, mucho más inesperado: la historia de los colores. Más allá de la física, en sus estudios revela que no existen las verdades cromáticas universales, que estas varían según las épocas y las sociedades. También, que a veces depende del cristal del observador. Uno de sus libros está dedicado por completo al azul, un tono hoy dominante, pero que sólo empezó a ser valorado hace dos siglos. Que los modos de considerar los colores pueden mutar basta un ejemplo conocido de los que propone: para los griegos antiguos, el mar Egeo, a pesar de lo que digan las postales de hoy, no era azul. Ulises deambulaba en la Odisea gracias a Homero por un mar color de vino, pero todo indica que los griegos de carne y hueso le adjudicaban un tinte verdoso.

En un nuevo libro, Los colores de nuestros recuerdos, Pastoureau escribe en clave autobiográfica sobre nuestro mundo polícromo. El primer color que cree recordar es el amarillo del traje de André Breton, un habitué de su casa gracias al padre, Henri Pastoureau, un poeta ligado al surrealismo. Su pasión, sospecha, deriva de la cantidad de cuadros que vio pasar por su hogar a edad temprana. Su inquina contra los fabricantes de ropa extra...

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