Todo ese dolor, según Nick Cave

Arthur tenía apenas 15 años. En julio del año pasado luego de tomar una dosis de LSD se precipitó por un acantilado de Ovingdean, en la ciudad británica de Brighton. Murió en el hospital Royal Sussex County. La tragedia ocupó bastante espacio en los medios de casi todo el mundo occidental, porque Arthur era uno de los hijos gemelos del músico Nick Cave. El otro se llama Earl, el más tímido. En los acontecimientos, aunque nadie lo explicitaba, había algo morboso. Que un hecho tan doloroso y desgarrador le hubiera ocurrido a Cave no parecía una casualidad, pero quién iba a expresarlo en esos términos karmáticos. Es que Nick hizo de las combinaciones más oscuras de la experiencia humana el relato de su forma de vida. Desde sus años adolescentes en Australia junto con sus amigos de The Boys Next Door, luego con Birthday Party y, después, con Nick Cave and The Bad Seeds durante tres décadas, trasuntó erráticamente el espacio entre la vida y la muerte en sus letras, música, libros y vida privada. No es un autor normal. No es un rockero tradicional. Vivió al borde de la extinción como pocos. Heroinómano, borracho y sobre todo bohemio irreductible, Cave pasó de la escena ochentosa de Berlín (la más corrosiva del mundo) a terminar escorado a los cincuenta y pico en Brighton como un artista consagrado. Todo un milagro o una maldición. Pero la historia de Cave puede leerse en ríos de tinta digital y en su propia obra disponible online.

Lo cierto es que después de semejante catástrofe privada, la mayoría ya daba por finalizada su saga. Claro: una cosa es cantar y escribir sobre el dolor más hondo, más inexplicable, más negativo y otra muy distinta vivirlo en carne propia. La muerte de un hijo no tiene muchas formas estéticas de expiación. No hay forma de buscar la luz en esa oscuridad. Salvo para Nick Cave.

El viernes pasado, el australiano no sólo estrenó nuevo disco, Skeleton Tree, sino que fue presentado en el contexto de un film donde Cave (sin ser explícito) habla sobre lo que vivió hace un año atrás y lo que está padeciendo todos los días. La película documental de Andrew Dominik explora como un mantra eso de que cada uno sufre de manera original. No hay un pesar, por más grande o pequeño que fuera, comparable ni siquiera entre quienes lo sufren por igual. Existe aquella teoría de que una uña encarnada duele más que el cáncer ajeno. Y es algo así. No hay transferencia posible de dolor. Quizá esa condición agranda el flagelo: que ningún otro pueda...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR