El testamento de Ratzinger

Hay una foto de Joseph Ratzinger en una de las clases de sus cursos en Freising. Es de principios de 1950 y se lo ve en la tarima con la cabeza apoyada en las manos. No era pose suya muy habitual como profesor. El tema de la lección inaugural fue "El Dios de la fe y el Dios de la filosofía". Algunas lecturas lo habían llevado hasta ahí: Pascal, sobre todo, pero también Gottlieb Söhngen, su mayor maestro de teología, y como siempre Romano Guardini.

"¿Cómo son las cosas en realidad? Aquí el Dios de la fe, allí el Dios de filósofos: ¿se incluyen entre sí o forman verdaderamente una unidad? Los filósofos griegos no querían saber nada de este Dios de Abrahán. Y a la inversa, el Antiguo Testamento no conoce originariamente el Dios de los filósofos. Luego descubrí que ambos caminos llevan el uno al otro, con Alejandría como punto de encuentro." Esto explica retrospectivamente Ratzinger, y lo hace en Últimas conversaciones (Agape/Mensajero), volumen recién salido casi al mismo tiempo en castellano que en alemán. El libro recoge las charlas con Peter Seewald, periodista que ya se convirtió casi en un confidente para Ratzinger, y con quien hizo también La sal de la tierra y Dios y el mundo. Pero en cierto modo este último volumen es un poco diferente y se lee como un testamento biográfico e intelectual, quizás lejos de cumbres como el ensayo Dogma und Verkündigung (traducido como Palabra en la Iglesia y dedicado significativamente a Hans Urs von Balthasar, otro modelo intelectual), aunque mucho más íntimo.

Desde esos cursos de Freising influidos por Pascal hasta convertirse en el papa Benedicto XVI los intereses no cambiaron tanto, pero pasó medio siglo. Menos tiempo pasaría después hasta que los diarios del mundo mostraran un helicóptero solitario que sobrevolaba la cúpula de la Basílica de San Pedro. Fue acaso una de las fotos más poderosas del último tiempo. Inquietante era el contraste entre la sólida estructura de siglos y la fragilidad de ese aparato sostenido por una blanca hélice superior. Podría verse allí un emblema de las relaciones entre el hombre que viajaba con lo que quedaba abajo, en la tierra. En el helicóptero iba Benedicto XVI, que abandonaba el ministerio petrino y se convertía en Papa Emérito. El teólogo deslumbrante había meditado esa decisión. "¿Esperaba la conmoción?", le pregunta Seewald. "No había más remedio que asumirla". Más adelante, dirá también: "Si un papa no recibiera más que aplausos, debería preguntarse qué es lo...

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