Tesis sobre la justicia climática

AutorGuillermo Kerber
CargoDoctor en Ciencias de la Religión (UMESP, São Bernardo do Campo, Brasil). Graduado en Filosofia y Teología (ITU-PUC, Montevideo, Uruguay)
1. El cambio climático es una cuestión de vida o muerte en la actual situación de la humanidad

El cambio climático1 se ha convertido en uno de los desafíos más importantes y concretos que la humanidad experimenta hoy en día. La llamada preocupación ecológica de los últimos veinte o treinta años se ha convertido en una cuestión que ocupa los titulares de los noticieros de la televisión y de los periódicos. Por décadas, el cambio climático fue una cuestión exclusiva de científicos, ecologistas y algunos organismos internacionales. Las discusiones sobre la realidad o no del cambio, la contribución del ser humano a estos cambios, la desaparición de especies, las medidas para responder a estos desafíos se daban fundamentalmente en congresos o revistas de orden científico, el movimiento ambientalista y reuniones de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales. Hoy ha trascendido estos ámbitos y ha alcanzado al ciudadano común que vive cotidianamente los embotellamientos del tráfico en las grandes y no tan grandes ciudades o los avatares meteorológicos que no le permiten prever el tiempo de lluvia o de sequía para sembrar o cosechar.

Este proceso de difusión ha tenido aspectos positivos y negativos. Ha sido positivo que la población en general tenga acceso a saber lo que está ocurriendo. Cuando, por ejemplo, siguiendo lo que describíamos más arriba, los campesinos en determinado lugar se dan cuenta que una sequía sin precedentes puede ser una de las consecuencias del cambio climático, tienen más elementos para adaptarse a esta situación.

El conocimiento de las causas y los efectos del cambio climático ha sido posible por múltiples investigaciones que se han llevado a cabo en las últimas décadas. En particular, los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC/IPCC en inglés) de la ONU1bis, han servido para establecer un consenso en el mundo científico, a pesar de la existencia de algunos grupos de escépticos. El más reciente informe del GIECC, presentado en el 20072, es el resultado de más de seiscientos científicos en 130 países. El mismo afirma sin ambages no sólo la realidad del cambio climático sino también el componente antrópico del mismo. En efecto, los estudios llevados a cabo en la última década muestran claramente que el cambio climático que estamos padeciendo tiene como una de sus causas principales la acción humana. En particular, la emisión de los comúnmente llamados gases de efecto invernadero (GEI), y entre ellos el CO2, han contribuido sustancialmente y en forma exponencial en los últimos dos siglos al calentamiento del planeta. Éste ya tiene consecuencias en algunas regiones del mundo. Pero en el mediano plazo, las consecuencias serán aún más dramáticas si no se reducen radicalmente las emisiones. La concentración promedio de CO2 en la atmósfera ha llegado a 387 partes por millón (ppm). Los científicos afirman que una atmósfera puede contener un máximo de 350 ppm3 y que la temperatura no podrá aumentar más de 2° Celsius si se quieren evitar consecuencias muy graves en los ecosistemas.

Entre los aspectos negativos de la amplia difusión que ha tenido el cambio climático está la “inflación” que ha sufrido el concepto, de forma que cualquier anomalía inmediatamente se explica con el cambio climático: que hizo más calor un verano o más frío un invierno, catástrofes como el Tsunami, son apresuradamente vinculadas con el cambio climático. Y la “moda verde” pretende frívolamente, en una sociedad de consumo exacerbado, que protegemos el ambiente cuando compramos el último modelo de automóvil, porque emite menos CO2!

Más allá de los titulares, es importante afirmar que el cambio climático es una cuestión de vida o muerte4. Miles de personas ya han muerto por fenómenos que pueden vinculares con el cambio climáticos. Decenas de miles han debido dejar sus casas y hábitats naturales en Bangladesh o regiones como los Grandes Lagos o el Cuerno de África debido a inundaciones, sequías y cambios en los patrones de lluvia que han hecho imposible la agricultura y el pastoreo. Otros han debido ser ya evacuados de zonas bajas, por ejemplo en las islas Fiji o Salomón, hacia zonas más altas de estas islas por los efectos del crecimiento del nivel del mar y la salinización de los recursos de agua dulce. Y en los casos extremos, según las previsiones científicas, en las próximas décadas estados-islas enteros desaparecerán por el aumento del nivel de los océanos. Tal es el caso de Tuvalu o Kiribati en el Océano Pacífico o las Maldivas en el Océano Indico.

Paradójicamente, o tal vez no tanto, estas poblaciones afectadas no son las que más han contribuido al cambio climático. Estos países no son los que más GEI han emitido. Hay, evidentemente, una responsabilidad muy diferente entre los países industrializados y los países pobres. Esta diferente responsabilidad está recogida en los instrumentos internacionales que se refieren al cambio climático, como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC)5 adoptada en la Cumbre de la Tierra, en Rio de Janeiro, Brasil, en 1992 y el Protocolo de Kyoto, adoptado en 1997, que explicita la implementación de la Convención y tiene un carácter vinculante para los Estados partes.

La Convención, por ejemplo, reconoce, por un lado las “responsabilidades comunes pero diferenciadas, sus capacidades respectivas “a la vez que señala la denominada responsabilidad histórica de los países industrializados ya que “tanto históricamente como en la actualidad, la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo han tenido su origen en los países desarrollados, que las emisiones per cápita en los países en desarrollo son todavía relativamente reducidas y que la proporción del total de emisiones originada en esos países aumentará para permitirles satisfacer a sus necesidades sociales y de desarrollo”6. Debido a esta responsabilidad histórica, los países industrializados (listados en el Anexo 1 del Protocolo de Kyoto) deben no sólo reducir drásticamente sus emisiones de CO2 (mitigación) sino contribuir financieramente a que los países en desarrollo afectados, puedan responder a los efectos del cambio climático (adaptación).

2. Los grupos más vulnerables sufren y sufrirán las peores consecuencias del cambio climático

El cambio climático se ha presentado como un fenómeno global que afectará a todo el mundo. Pero no todos serán afectados de la misma manera. En particular, algunos grupos sufrirán en mayor grado las consecuencias del cambio climático. El Informe del GIECC utiliza el término “vulnerabilidad” para referirse a estos grupos. Las comunidades vulnerables son aquéllas que viven en algunas determinadas zonas geográficas, por ejemplo en África, Asia, el Ártico u Oceanía y en general los que habitan zonas costeras o islas pequeñas.

Pero los grupos vulnerables no son sólo aquéllos que están en determinadas áreas geográficas. Aquéllos que tengan menores recursos económicos serán menos capaces de responder adecuadamente a los efectos. Como señala el informe “existen marcadas diferencias entre regiones, y las de economía más débil suelen ser las más vulnerables al cambio climático”. Y más aún “las comunidades pobres podrían ser especialmente vulnerables, en particular las que se concentran en áreas de alto riesgo”7.

Además de regiones geográficas y condiciones económicas existen otros grupos que son los que el informe presenta como más vulnerables: las comunidades indígenas, los ancianos.

La diferente vulnerabilidad de los grupos humanos en relación con el cambio climático apela a una mirada ética, porque como decíamos más arriba, el cambio climático que experimenta hoy la Tierra tiene un fuerte componente humano en el que no todos han contribuido de la misma manera. Los que más sufren y más serán afectados en el futuro son aquéllos que menos han contribuido a las causas del cambio climático. A su vez, los que más han contribuido y contribuyen tienen una responsabilidad para con la Tierra y los más afectados.

Antes de desarrollar un poco más esta dimensión ética del cambio climático, detengámonos en algunos elementos de la Biblia que pueden ayudar nuestro discernimiento.

3. El Dios bíblico es un Dios que ama y hace justicia a los pobres y vulnerables

La Biblia no nos habla, evidentemente del cambio climático. Este, con su componente antrópico, es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, cuyo impacto puede ser rastreado en los últimos doscientos años, luego de la denominada revolución industrial.

La Biblia nos habla, en primer lugar, del cuidado de la creación “Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 158), contrapeso del mandato del “dominio” del primer relato de la creación: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed...

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