El templo de los tigres de Bengala

Phraayar es enjuto y luce su cabeza y cejas rapadas, lo que acentúa aún más su delgadez. Tiene un poco más de 60 años, piernas ágiles, entrenadas, y una sonrisa luminosa que devela su nacionalidad tailandesa. Desde hace 15 años, este monje budista de la antigua escuela theravada cultiva una afición muy singular: medita por las tardes en su templo junto a uno -suele ser el mismo- de sus dieciséis tigres de Bengala.

Los felinos, huérfanos de pequeños, le fueron llegando de a uno. Alguien en las montañas corrió la voz de que existía un abad piadoso que cobijaba tigres. Enseguida tuvo seis, pero con el tiempo se fueron reproduciendo. Hoy convive en su refugio con más tigres que monjes. Y en Tailandia ni a él ni a su monasterio los llaman por su verdadero nombre. Todos lo nombran como "el abad del templo de los tigres".

A Phraayar lo conocí en un viaje reciente por el sur de Asia. Su guarida es magnética y se halla aislada de la civilización, en el corazón de la inexpugnable selva tailandesa. Allí donde la niebla se abraza al follaje. Su ámbito es un vergel prístino, donde la abundante fauna silvestre y el silencio parecen haber sellado un pacto tácito y perpetuo. Su vínculo con la selva se fraguó -me cuenta- cuando a los 20 años le diagnosticaron una leucemia que venció con la ayuda de asistencia médica y largas meditaciones en plena naturaleza.

Descalzo, envuelto en su monástica túnica naranja, purifica su espíritu, los ojos replegados en la melodía de ese mismo silencio. Phraayar se pierde en sí mismo hasta alcanzar lo que define como un estado de desapego. Un despojo existencial que es ausencia de deseo y es también ausencia de carencias. Sin posesiones materiales, salvo las terrenales, sus tigres y sus muchos otros animales, como todo monje se alimenta con limosnas de arroz, dulces y vegetales que acopia en las matinales rondas de ofrendas. Sin embargo, sus felinos gozan de su propia dieta: pollo especiado. En la región de Kanchanaburi, a 164 km de Bangkok, él es el abad del monasterio Wat Pa Lnuangta Bua. Por ser el líder y el más sabio, encabeza en hilera el diario peregrinaje hasta la aldea para cumplir con el rito budista de la ofrenda y los méritos. Recién cuando la ceremonia concluye, Phraayar regresa al templo y sale a caminar y a meditar por la selva. Un tigre proyecta en sus pasos su sombra.

Ese felino que yace manso a su lado es Paiyú. Tiene seis años, el...

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