La televisión, espejo de un país berreta

En comunicación telefónica a mitad de la semana que pasó, un importante ministro del gabinete nacional confesaba a este periodista cierta pesadumbre por considerar que el cambio cultural que intenta el gobierno de Cambiemos se ponía un poco en duda a partir de episodios como el sucedido en el programa de Mirtha Legrand, cuando Natacha Jaitt hizo lo que hizo.

Resultaba interesante saber qué evaluación estaba haciendo el principal habitante de la residencia de Olivos, teniendo en cuenta que hace pocas semanas había recibido en amistosa cena a la cuestionada estrella, que anoche hizo su descargo en su programa, y a su nieto y productor Nacho Viale, junto a otras luminarias de la TV argentina.

Mauricio Macri tiene una percepción completamente diferente de la del estrecho colaborador citado. Los que lo tratan de cerca al Presidente aseguran que opina que es bueno que se haya generado un debate crítico tan intenso alrededor del tema. "La competencia por el rating no puede transgredir todo", le escucharon decir en estos días. No cree que ni la conductora ni la producción se hayan prestado a operación alguna, pero sí que hubo irresponsabilidad, que no supieron evaluar bien el tema y que se vieron sobrepasados por las circunstancias. Macri no se cansa de repetir que "tenemos que ser libres de elegir, pero siendo responsables". En todo caso, la TV detonó de la peor manera una historia que tiene todavía por delante varios capítulos más.

Es cíclico. Periódicamente nuestra estridente y menguante televisión abierta nos brinda al resto de la sociedad la excusa perfecta para rasgarnos las vestiduras, golpearnos el pecho compungidos y exclamar en voz alta mirando al cielo sobre lo mucho que nos escandaliza haber "sobrepasado todos los límites".

Puras mentiras: nos encanta, aunque no podamos reconocerlo de manera consciente. Es que si sucediera una o dos veces por generación podría ser una fatal casualidad no deseada. Una falla, un error circunstancial, un accidente excepcional. Pero no lo es. La clave está en la repetición y en un propósito de enmienda que solo se declama, pero que jamás le busca una solución real y definitiva. Es una constante que redobla su apuesta y en cada nueva irrupción nos presenta platos más pestilentes.

El acting social nunca falla: en primera instancia sobreactuamos nuestro desagrado por el hedor que despiden esas suculentas porciones. Nos juramentamos que impediremos que eso vuelva a suceder, pero jamás se nos ocurre dejar de...

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