Los que tejen la vida con nosotros

El telar no se detiene nunca y en el lienzo nunca falta ni un hilo, lo sepamos o no

Tendemos a creer muchas cosas que no son verdaderas. Algunas ni siquiera son verosímiles. Otras son creíbles, pero de lo más improbables. Y tenemos incluso certidumbres y convicciones consensuadas, indiscutidas e indiscutibles, que por supuesto no tienen nada que ver con lo que ocurre en los hechos. Que sale el sol. O que alcanza con desear algo mucho mucho mucho.

Pero está bien. Somos humanos y es en la alquimia de nuestras contradicciones y en lo imprevisible de nuestra naturaleza que se produce el milagro del genio o el de las ideas. El resto de los seres vivos, más lineales y razonables, libres de las paradojas de la consciencia y de sus insoportables preguntas, se aleja del fuego. El humano, hace más o menos un millón de años, hizo lo contrario. Fue, se quemó y dominó al demonio flamígero. Diez mil siglos después, presumiríamos de Prometeo, pero no sin someterlo a una condena horrorosa y eterna.

De entre las muchas fábulas que sellan nuestra conducta hay una que es particularmente nociva, porque no solo no se la pone en duda, sino que en la mayoría de los casos ni siquiera se la percibe. Creemos, todos nosotros, que en la realidad puede haber huecos, espacios vacíos, lugares que nos esperan o donde hacemos falta. En mi opinión (y en mi experiencia), no es así como funciona la vida. Si nos falta algo, seamos conscientes o no de esta privación, de este vacío, vamos a llenarlo, nos demos cuenta o no, con otra cosa. Con alguna nueva actividad, con una relación, con otra relación. En esto la vida es hermana melliza del tiempo, que no podemos detener. Ni siquiera durante un instante, porque un instante es también tiempo.

Tendemos a creer un montón de cosas que no son, y la más infame es que el otro (cualquiera sea el otro) está pendiente de nuestras necesidades y anhelos. Es al revés. El otro (quienquiera que sea) está batallando con su propia trama desgarrada, reubicando las piezas en un rompecabezas de pulsiones y miedos, de deseos y fantasmas, porque no es lícito que quede en esto que llamamos vivir ni un solo hueco, por pequeño e insignificante que parezca, como no podemos...

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