La tarde en la que el sueño de todo un barrio se hizo realidad

En la cancha donde se crió, Humberto Grondona no duda: "Vino todo el barrio y más", asegura, cuando se lo consulta por la multitud que se disfrazó de celeste y rojo para alentar a Arsenal, el equipo que se preparaba para una tarde inolvidable. No le falta razón. En las plateas están los de siempre, ésos que se saludan con un beso, preguntan por los hijos y los nietos, y acumulan varias décadas como socios. También está el almacenero, el panadero, el ferretro; en las calles no se ve un alma porque todo Sarandí cabe en el Julio Humberto Grondona y sus alrededores, allí donde se escribe la historia.Como siempre, el ritual de los domingos (¿por qué iba a cambiar justo en la antesala del título?) empieza con la pizza y el moscato en Los 3 Ases. Allí, los peregrinos de Arsenal se juntan para la previa del partido, para hablar de Gustavo Alfaro y sus muchachos y, sobre todo, recordar buenos viejos tiempos. Ya con el estómago lleno, tocaba enfilar para la cancha. A una hora del inicio del partido, la gente se acercaba desde los cuatro puntos cardinales de Sarandí. Como desde el Barrio Núñez, detrás de la laguna La Saladita. O desde el otro lado de la avenida Mitre, un barrio de casas bajas en el que Julio Grondona tiene su histórica ferretería.Hacia el estadio también llegaban, mucho más fervorosos, chicos de entre 10 y 18 años que durante la semana vistieron la camiseta celeste y roja como si fuera la de River o la de Boca, y que ayer las portaban con un orgullo sin precendente. Daba igual que fuese el último modelo o una desteñida de hace varias décadas. También hubo lugar para los gorros tipo Piluso, que los más veteranos tenían en sus cabezas. Mitad, para taparse del frío, mitad, para mostrar su...