Svetlana Aleksiévich, la voz de un país quebrado en pedazos

Svetlana Alexievich

La noche en que se clausura el Festival de Poesía de Granada, Svetlana Aleksiévich sube al escenario en el patio rodeado de columnas del palacio de Carlos V en la Alhambra, metida en su abrigo y la cabeza protegida por un chal porque hace frío, y su voz melodiosa se desgrana entre pausas para dar paso a la traductora que, sentada a su lado, va recogiendo sus palabras en ruso, un idioma que no entiendo, pero que en sus labios me parece que así deben sonar los parlamentos de Chejov cuando hablan en el escenario sus personajes femeninos.

Ante una de las preguntas iniciales de su entrevistadora, Remedio Sánchez, codirectora del Festival, recuerda que nació en territorio de Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, su padre bielorruso, y su madre ucraniana, aunque creció en Bielorrusia, cuya nacionalidad tiene. El ombligo mismo del infierno, cuyas llamas vuelven a alzarse ahora aventadas por los fuelles de guerra de Putin, a quien no tiene reparos en llamar monstruo en una de las numerosas entrevistas que ha concedido a los medios de prensa andaluces.

Detrás de esa dulce barrera del ruso está ella, que habla con la sencillez de gestos de una maestra de escuela que ha sabido explicar la historia de su tiempo, que es en muchos sentidos su propia historia personal, de manera tan deslumbrante como novedosa. Uno de sus méritos es haber creado una nueva manera de contar a través de voces corales que cantan al unísono, en una polifonía que se repite en episodios; o a través de voces desoladas, protagonistas y antagonistas que cantan la tragedia en contrapunto, hasta que, al final, tenemos ante nuestros ojos todo el friso vivo del que fue el país inconmensurable donde nació, y cuyas costuras se rompieron para dar paso a incertidumbres e interrogaciones, y enfrentamientos, persecuciones raciales, guerras intestinas. Un molde quebrado en pedazos que ya no encajarían más.

Svetlana ha creado un género, el de la novela escrita con voces múltiples y diversas, las voces de los entrevistados. La novela que no se aparta de la fidelidad a las historias escuchadas, centenares de ellas pasadas por la criba del trabajo de edición que atrapa la sustancia de las emociones. La crónica que fija en las palabras el lamento le da categoría estética a la desolación y al desconsuelo, y convierte la tragedia de la historia en la tragedia de las almas que han perdido la esperanza o se aferran al pasado que fue fabricado para ellas.

Los veteranos de la...

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