Sueños de una mañana de verano

En la Universidad de El Salvador, en la apertura de dos jornadas sobre "El valor de educar", organizadas por el Polo Educativo Pilar, constituido por dieciocho colegios bilingües y dos universidades privadas, el autor, ex subdirector de LA NACION, pronunció las palabras que siguen.

El 23 de abril de 2016 se cumplirán 400 años de la muerte de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes. Se avecina un gran día para la cultura universal. No lo amenguan querellas, sonoras en ambos casos, sobre la exactitud de la fecha. ¿Ha sido el azar, o en términos más cristianos, la Providencia que proveyó la hazañosa coincidencia?

Más que renovar un viejo estupor, sería preferible que esa curiosidad cronológica fomentara la reflexión, que es un valor, e indujera a preguntarnos si la Europa convulsionada de Isabel I, de Inglaterra, y de Felipe II, de España, promovió o no las condiciones para engendrar estos gigantes que ahondaron hasta los confines últimos de la naturaleza humana, remodelaron lenguas y fundaron la crítica social moderna. Con iguales miras podríamos indagar qué elementos del contexto europeo gravitaron en la obra, y en el milagro, de dos pintores monumentales que entrarían en escena años después. Diego Velázquez, nacido en 1599; Rembrandt, en 1606. Compartieron con Shakespeare y Cervantes la mínima parte de una época, y fueron ellos a quienes Goya, al fin de una vida, reivindicaba, junto con la Naturaleza, como a sus tres únicos maestros.

Una antigua superstición periodística confía en que cuando las nociones abstractas se encarnan en rostros reconocibles, crece la curiosidad de las audiencias. Seguiré esa tradición. Shakespeare, Cervantes, Velázquez, Rembrandt... Se me dirá que la vara ha sido puesta en lo más alto, en la cifra de la excelencia, pero ¿cuándo hacerlo, si no esta mañana, en que se hablará de valores? Contamos con un calendario propicio.

Imagino para 2015 un año de homenajes; anticípense ustedes a lo que vendrá en el siguiente. La incontinencia verbal no es un valor, como lo comprobamos a diario; pero sí lo es decir antes aquello que otros tengan en la punta de la lengua. La condición es haber corroborado lo que se fuera a decir. Perseveren en la divulgación de lecturas que potencian la imaginación, que es carne del conocimiento; o como dice Teseo, en bellísima imagen, en Sueño de una noche de verano, aprendamos que el ojo del poeta "va dando cuerpo a la forma de cosas desconocidas... y da a la eterna nada un nombre y un espacio en que vivir". Si me detengo en particular en el dramaturgo de Stratford-upon-Avon, mitigue mi parcialidad una conjetura de Carlos Fuentes, en su ensayo sobre crítica de la lectura. Que Shakespeare y Cervantes fueron, en realidad, un mismo autor, un solo polígrafo errabundo y multilingüe, que cambiaba de nombre con los tiempos: Homero, Virgilio, Dante...

José Manuel Estrada, guía de juventudes, decía que la mejor lección del maestro se manifiesta en los hechos. "Que la acción -reclama Hamlet, príncipe de Dinamarca- corresponda a la palabra y...

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