Sophia Loren recuerda

¡Ah!, el poder inigualable de los sabores de la infancia para abrir las pesadas puertas de la memoria y adentrarnos a tientas en los pasadizos de la evocación, siempre sinuosa, siempre tan cercana al ejercicio de la literatura. No se trata en este caso de una magdalena sino de unos potentes struffoli, esas dulces frituras napolitanas, que la gran Sophia Loren amasa para sus nietos en vísperas de Navidad. De la cocina enharinada al arcón de los recuerdos median pocos pasos y la actriz pronto se encuentra rodeada de viejas fotos, cartas y jirones de un tiempo de esplendor, testigos de una vida plena, bien vivida, aun en los momentos de amargura. Una vida de la que esta singular mujer, a los 80 años, se siente orgullosa.

Así comienza Ayer, hoy y mañana, la autobiografía de Sophia Loren que Lumen acaba de publicar en la Argentina. Más interesante que la información que proporciona el libro, más o menos conocida por quienes hayan seguido las peripecias públicas y privadas de Sophia, es el tono de la narración, un tono que se condice con la imagen social que Loren mostró habitualmente, tan distinta de las mujeres que encarnó en la pantalla grande. Al describir su infancia pobre en una Nápoles devastada por la guerra, el hambre (literal) y las dolorosas privaciones que marcaron su infancia y el comienzo de su adolescencia; al recordar al padre ausente, humillante, que a duras penas la reconoció, pero que le negó su apellido a Maria, la menor de las hermanas Scicolone, Loren lo hace sin resentimientos y con la misma naturalidad con la que se refiere luego al glamoroso ambiente del cine europeo y de Hollywood. Es la voz serena de una mujer que conoce el valor de la mesura, de la humildad y la perseverancia. Una mujer que se mueve...

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