La sonrisa de los augures

Si el severo Catón el Viejo admiraba la habilidad de los augures para contener la risa durante sus abstrusos ritos, era porque intuía que el antiguo culto romano había ingresado en un irremediable eclipse. De modo equivalente, algunos analistas actuales pontifican que las disparatadas escenas que se están viendo constituyen signos inequívocos del ocaso del culto político dominante durante los últimos setenta años y de la consecuente epifanía de una nueva Argentina.

Sin embargo, así como Roma no cayó en un día, tampoco esta creencia autóctona lo hizo el domingo de su última hecatombe electoral, pues es probable que su degradación ya tenga los mismos años que aquella recordada imagen de Cafiero y Ruckauf riéndose como traviesos acólitos en medio de la crisis de los 70, o el cómico proyecto de "el brujo" de erigir un "altar de la patria" en pleno Palermo, o la evanescencia de las tres estampitas veneradas en los viejos colectivos porteños: un santo, Gardel y un general ecuestre. Empero, no hace falta ser Gibbon para interpretar la vacuidad de la actual liturgia, pues ni el más distraído monaguillo ignora la paradoja de que sus sumos sacerdotes no desprecian a nadie tanto como al fundador de su propia religión.

La cuestión argentina es mucho más compleja que celebrar, restaurar o reemplazar la extinción de una fe, pues permanece intacto el ritual por el cual muchos simulan creer en una escenografía montada para dispensar la verdadera devoción que tiene lugar en el trasaltar: el culto al poder y a los intereses económicos.

El "círculo rojo", los servicios subsidiados, los poderosos laboratorios, el crimen organizado , la oligarquía sindical, la timba financiera, el juego, la academia y la cultura dependiente, los conversos a cambio de prebendas e indulgencias, los grupos de choque que dominan las calles, las barras bravas y otros constituyen los popes del verdadero credo que guía espiritualmente a la Argentina. Su templo ya no está solo cada vez más colmado de humildes desamparados que encienden inútiles velas a...

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