Los sonidos del silencio

Cai, de remera y pantuflas, camina de un lado al otro como en un ejercicio rítmico. Desde hace tres horas prepara en silencio la tela para el momento de la explosión. Se diría, por la actitud de recogimiento, que la preparación es parte de un ritual colectivo. Somos parte de la obra y él lo sabe. Lo son también los estudiantes que participan en la puesta, Santiago Porter que registra la escena con paciencia oriental y los movimientos cautos del maestro chino entrenado en el milenario arte de pintar con pólvora.

Como en una danza sincronizada, distribuye el material sobre la tela y luego aplica el papel graso sellado con cartones y ladrillos cortados a mano. El tiempo es determinante del desplazamiento y de la acción. Los colaboradores, vestidos de blanco, recortan las figuras y al hacerlo atrapan el abrazo de la pareja en la composición tanguera firmada por Garófalo. Cai se ajusta al nuevo paradigma: la obra es el resultado final, pero también su realización. En el galpón de la calle Pinzón ensaya y produce al mismo tiempo, en un ejercicio equidistante de las telas del alquimista Sigmar Polke y de las pinturas rupestres del Cerro Colorado. ¿Cómo no recordar a Tomás Espina? Debutó en 2001 con sus pinturas de pólvora, radiografía de la violencia de los días de furia que siguieron a la caída de Fernando de la Rúa. En su...

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