La socialización de la envidia

El popular psicólogo y ensayista Jordan Peterson cita en su libro Doce reglas para la vida (2018) un cuento que, reducido a lo esencial, dice lo siguiente. Un condenado llega al infierno y, como gesto de bienvenida, Lucifer en persona lo lleva a recorrer las dependencias del inframundo. En primer lugar, le muestra una gran olla donde una multitud de almas se agitan en el alquitrán hirviente. De tanto en tanto, alguna trata de escapar de su horroroso destino, pero (como en el infierno dantesco) hay demonios con tridentes en los bordes de la olla que la ensartan y la devuelven a su interior. "Estos son los condenados que provienen de países democráticos", le explica Lucifer al recién llegado. Pero a cierta distancia, se encuentra otra olla, de mayores dimensiones, donde las almas torturadas permanecen adentro sin necesidad de custodia alguna. "Aquí se cuecen los condenados que provienen de países comunistas", agrega Lucifer. "Pero ¿cómo es que no hay demonios con tridentes para contenerlos?", pregunta sorprendido el neófito. "Es que no hace falta: si alguno trata de escapar, son los demás quienes se lo impiden".

La conclusión de este relato podría formularse así: las sociedades compulsivamente igualitarias no se sostienen en la solidaridad (como muchos quieren creer), sino, sobre todo, en la envidia. Porque las revoluciones de las cuales surgen triunfan con la promesa de socializar las fabulosas riquezas que con toda certeza lloverán en los nuevos tiempos, pero inexorablemente terminan socializando el fracaso y la escasez. Y lo que sigue es comprensible: cuando ya no se puede mirar hacia adelante, se mira hacia el costado: si debo seguir siendo pobre, que al menos los "ricos" dejen de serlo, que nadie triunfe, que nadie sobresalga, que todos se vean obligados a compartir la misma gris condición (consuelo por lo demás fantasioso, porque esas sociedades nunca eliminan los privilegios: se limitan a redistribuirlos con nuevos criterios). En resumen, el triunfo de la envidia.

Esto no lo comprendieron muchos teólogos católicos que apoyaron diversas aventuras revolucionarias en Latinoamérica. Soñaban con una humanidad donde todos vivieran en una pobreza igualitaria y digna, porque esa sería -en contraste con corrupción capitalista- una sociedad virtuosa, solidaria, espiritual, realmente evangélica. Así, afirmaba un célebre teólogo de la liberación: "El Tercer Mundo...

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