De Siria a Olivos: tres mujeres y el desafío de reconstruir sus vidas

Ese día, cuando su novio la sentó en el jardín para hablar y le dijo que no quería seguir con ella, Wafaa Nasser se sintió como una diminuta isla en mitad del océano a la que sólo llegan las olas. Hacía una semana habían llegado a la Argentina después de un año de trámites y de soñar con un destino libre, lejos de Siria, donde la muerte les respirara en la nuca. A un tío y a un ex novio se los había tragado la guerra.

En mitad de esa depresión, que durante los últimos dos años la había tumbado en cama casi todos los días, en su casa en Latakia, esta joven de 23 años había vislumbrado una esperanza. Una amiga había emigrado a la Argentina a través del programa de visado humanitario y la invitaba a iniciar ese camino. Se abrazó a esa chance y convenció a su novio de que se fueran juntos. Tardaron un año en conseguirlo. Llegaron al país después de 25 horas de viaje: de Líbano a Turquía, de Turquía a Brasil y por fin la Argentina. Cuando bajó en Ezeiza sintió que el corazón le iba a estallar. Una familia se había ofrecido a recibirlos. Allí estaban esperándolos, con carteles y una fiesta de bienvenida. Parecía el comienzo de un sueño con final feliz. Pero, sin embargo, una semana después de su llegada, allí estaba Wafaa, sentada en el jardín de la casa de sus anfitriones, frente a su novio, que se había quedado sin palabras después de decirle que tenían que seguir caminos separados.

“Me sentí más aislada que nunca. No sabía el idioma. No entendía la cultura. Tenía miedo de todo. Sentía que no podía hacer nada. Y encima acababa de quedarme completamente sola”, cuenta. La depresión se apoderó por completo de ella. Lloraba y dormía todo el día. Así, por las siguientes tres semanas.

Wafaa llegó a la vida de Laura García, una empresaria de 53 años, casi como todas las cosas importantes que le ocurrieron: sin que se lo propusiera. Carlos, su hijo mayor, se había anotado como llamante en el Programa Siria (ver aparte). Y le asignaron una pareja, que resultó ser Wafaa y su novio. Pero como no convivían en Siria, pidieron ser alojados en dos casas separadas. Y Carlos le pidió a su mamá, que tiene una casa grande, que recibiera a la chica.

Hacía poco, la hija menor de Laura había anunciado que se mudaba y ella quedaría sola en la casa. “Tal vez mi hijo pensó que tendría síndrome de nido vacío. Pero eso nunca ocurrió, porque la llegada de Wafaa cambió todo”, cuenta.

No era la única ausencia. En diciembre del año pasado, Roberto, la pareja de Laura, había...

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