Una sinfonía de Mozart con 347 de glucosa

Cada vez que quiero cambiar mi vida porque la odio no hago nada pero imagino que tengo una tienda de repostería porque aunque mi novio se ría y diga que no es cierto, que es imposible, que cómo puede ser si nunca lo hago, a mí me gusta mucho cocinar tortas. Medir, oler, tocar, batir, pesar, rallar, amasar, unir, alisar, esparcir, aguardar. Derretir a baño María.Hay algo en esa química. En esa precisión tan catastrófica. En una cucharadita de esencia de vainilla, diez gramos de bicarbonato de sodio, una pizca de polvo para hornear y el agua, a veces mejor tibia. Cuando lo hacía, cuando cocinaba, yo agarraba la batidora y la prendía y le tiraba a las claras de huevo el caramelo a punto bolita blando para hacer merengue italiano y era esa mujer que camina sobre una cuerda en el cielo, de un edificio al otro, un error y la muerte.Hay algo de milagroso también. De mezclar tanto los ingredientes hasta que dejan de ser lo que eran para transformarse en otros. Distintos. Hacer una torta debe ser como tener un hijo. De algo que no tiene nada que ver sale una cosa que uno siempre piensa que es la cosa más linda de todas las cosas.Y hay gula. Yo no necesito de los alimentos salados. Si la salud me lo permitiera, desayunaría tostadas con Nutella y almorzaría una de esas porciones altas de torta de queso y crema fresca y merendaría una caja de bombones rellenos pero no de frutas ni de coñac y cenaría dos volcanes de chocolate, en su mejor versión, la justa, para que el tenedor apenas los quiebre y ellos exploten y emanen ese manjar caliente hecho, si existen, por los dioses en los que no creo para luego unirse a una buena bocha de helado, al borde del plato. Yo, si voy a un restaurante, lo primero que leo en la carta son los postres para ordenar el plato principal a partir del dulce que voy a pedir y llegar a ese momento con el nivel de saciedad que preciso. Nunca quiero llenarme con ñoquis de papa y salsa de hongos y quedar sin espacio para más.Durante mis 20 cociné muchas tortas. De brownie con dulce de leche, cheesecakes, la que simula ser un Snickers, esa golosina estadounidense de caramelo y maní, Lemon pie, budines, madalenas, bizcochuelos de mandarina, marmolados y de vainilla con durazno y chantilly. En mis 30 dejé de hacerlo porque la comida, la misma que comí siempre, me empezó a hacer mal, a caer peor, y encima fui a la...

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