El silencio del lector

En la plaza Parques Nacionales Argentinos puede verse El sueño del lector, obra de Pablo Irrgang cuyo objetivo original era rendir homenaje a las voces de la literatura de nuestro país

Silencio. Mírenlo: es precioso. No lo despierten; déjenlo seguir durmiendo. Es monumental. En ese color amarillento que lo hace menos humano. Le falta el cuerpo, el pelo. No le vemos los ojos, pero sí asoman los dientes, unas pestañas como coronas de espinas y se insinúa la lengua. Reposa apoyado en el pasto sobre su mejilla izquierda. Toma sol durante el día y se ofrece a la luna por las noches.

Está en la Plaza Parques Nacionales Argentinos, donde Sucre se encuentra con la Avenida Figueroa Alcorta. Paso por ahí con el auto en mi trayecto hacia el trabajo. Siempre.

En 2016 fue la primera vez lo vi. Lo descubrí de a poco ya que estaba oculto. Durante un año generaba gran intriga. Apenas asomaba por una tapia de madera, como la punta de un iceberg, un pedacito de su anatomía. Detrás de ese muro provisorio se estaba gestando. Lo imaginaba, no tenía idea de cómo era. Recién en noviembre de 2017 se mostró. Era una cabeza gigante, como de cinco metros. Supuse que seguía en construcción. Que pronto le pondrían los hombros, brazos, un corazón, piernas. ¿Llevaría ropa? Probablemente quedaría descalzo, creí.

Hasta que entendí que era una pieza completa. Así. No le faltaba nada.

Empecé a susurrarle todos los días un saludo. Muy bajito y medio hacia adentro, como se le habla a un niño dormido, no para que escuche. Ridículamente le puse un nombre: Igor lo llamé. Un acto de conquista injustificado, pero lo sentía un poco mío de tan ahí al alcance que estaba, de tan cotidiano que era nuestro encuentro. " Buen día, Igor, descansá ", decía a solas mientras conducía hacia el puente para tomar la autopista.

Mi mirada hacia él dio un giro total el día que me acerqué a pie. Y lo miré bien. No sólo de frente, lo recorrí. Era muy diferente a lo que veía desde el auto en movimiento. Igor tenía secretos y me los revelaba generosamente.

Lo primero que me sorprendió fue su complejidad. Nunca lo había percibido como una criatura simple; cierta sofisticación ya se le notaba en el gesto. Sin embargo, sus recovecos y alegorías superaron cualquier expectativa posible. La superficie está impresa con una constelación de tipografías antiguas, dispersas y azarosas. Además, hay casitas de ensueño, caballos, árboles, un bebé, una biblioteca, una calavera con un gorila encima, figuras humanas en...

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