Siempre se vuelve al primer amor

A los 40 años, Hugo Hernán Spangenberg, aquel prodigio que a los 20 desafiaba los conceptos universales del ajedrez, revalidó aquel concepto de que siempre se vuelve al primer amor: a doce años de su última participación en un certamen internacional, regresó a los trebejos. Y si bien el inexorable paso del tiempo le enseñó que querer no es poder -finalizó último entre 12 jugadores-, su orgullo le pide revancha.

"El resultado final me dejó un sabor amargo, porque no tenía que haber sucedido. Sentí la falta de juego; pero jugué bien hasta que se me saturó la mente; mi cabeza era un bombo, no podía dormir de noche, me costaba encontrar las ideas frente al tablero, y cuando tenía el plan, perdía por falta de tiempo. Fueron once días muy duros, con mucho desgaste físico y al final cuando comencé a perder algunas partidas que estaban ganadas, me caí anímicamente", contó Hugo Spangenberg tras la experiencia en la Copa Mercosur que organizó la Federación Argentina de Ajedrez (FADA) y se disputó en el Cenard, con el triunfo del cubano Yunesky Quesada.

Fue en 2003, tras el Campeonato Continental organizado en el Círculo Italiano de Buenos Aires, cuando Huguito -como se lo conoce en el ambiente-, el joven que había vencido a Kasparov, Karpov y Kramnik, que había ganado dos mundiales por equipos Sub 26, que tenía el récord de ser el gran maestro y el campeón argentino más joven en el historial de este país, se cansó y se alejó del ajedrez. "Nunca nadie apostó por mí; tal vez, como dicen algunos, fui un talento frustrado. Pero si uno no tiene una familia de buena posición, dedicarse al ajedrez es muy difícil. La indiferencia y la falta de apoyo te matan", rememora.

Fue entonces cuando creyó en su talento innato, en el poder de su olfato y en su prodigiosa memoria, concentración y evaluación para la toma de decisiones, para volcarlos en los momentos de mayor tensión que afrontó en el backgammon, primero, y en el póquer, después. Se convirtió en un jugador exitoso.

"Ser ajedrecista no te garantiza el éxito, pero te da mejores armas; el éxito lo genera uno. Nunca fui excelente en nada, pero tampoco malo en nada. Tal vez me podría haber perfeccionado en el póquer, pero no era la idea. Yo quería vivir bien, que no significa tener 5 palos en el banco. Con comprarme una casa, un auto, poder mandar a mis hijos a un buen colegio y alguna otra cosita, soy muy feliz. Y eso con el ajedrez no lo iba a lograr; podía sobrevivir, pero no tener la familia que tengo...

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