Hasta siempre, Alejandro

Si me permiten, voy a escribir estas líneas rompiendo en llanto. De momento, con un nudo en la garganta y ese ardor en los ojos que trae de modo inevitable un torrente de lágrimas. No encuentro otro modo de contar la historia de Alejandro Bolaños, el colega español que acaba de morir en Madrid, tan temprano, sin siquiera haber alcanzado los cincuenta años, vencido por un cáncer, que es la historia de Tereixa Constenla, su mujer, que le ha dicho adiós en el diario El País con uno de esos textos que eriza la piel y nos hace soñar que el mundo es más bonito de lo que nos permitimos creer y que el amor puede reparar todas las heridas.No he conocido a ninguno de los dos, pero mientras leía esta mañana esa soberbia declaración de amor pensé que me hubiese gustado encontrarme con ellos una tarde asoleada en el Museo del Prado o en la Puerta del Sol, e irnos después los tres a alguna taberna madrileña a tomarnos una cerveza y conversar sobre el mundo y el oficio periodístico, qué remedio, pero también sobre cine, música y literatura, tres temas que Alejandro amaba aunque dedicara la mayoría de sus horas a comprender (y a explicar con paciencia a quien quisiera leerlo o escucharlo) los vericuetos casi siempre incomprensibles de la economía. Debe de haber muchos Alejandros dando vueltas por el mundo (confío en que algunos de ellos están entre mis amigos), muchas Alejandras también, gentes de mirada límpida y corazón noble a las que dan ganas de abrazar en medio de las hostilidades del mundo, porque siempre las miserias humanas que abundan a nuestro alrededor encuentran su compensación en quienes nos enseñan la alegría de estar vivos, la dicha de la inteligenciay la generosidad, el anhelo de la solidaridad y de alcanzar un mundo algo más justo. Al parecer, el bueno de Alejandro era de esa especie, que aunque a veces lo parezca no está en extinción.En esa tierna despedida cuenta Tereixa la historia de los dos. Cuenta que han compartido la redacción del periódico durante años -el fárrago de las horas, los pesares cotidianos del oficio, las derrotas amargas y los triunfos siempre engañosos-, y me gusta pensar que, en medio del ajetreo de las noticias, que a menudo hacen que uno pierda de vista lo que de verdad importa, de cuando en cuando se han mirado amorosamente a los ojos, se han prodigado una caricia furtiva o besado sigilosamente en la estrechez de un pasillo despoblado o en penumbras...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR