La seguridad delegada

Entre los vecinos de San Isidro ya no es novedad comentar que han entrado a robar en una casa del distrito; entre los de Quilmes, el horror se ha hecho carne en las últimas 48 horas en las que asesinaron a dos hombres en sendos asaltos; a los de Pablo Podestá nada puede sacarlos de la pesadilla de haber perdido a tres jóvenes, acribillados mientras conversaban con amigos. Y la lista podría seguir casi sin respiro. La inseguridad es cosa de todos los días en centros urbanos y en poblaciones rurales. Ninguna autoridad parece preocuparse, ni siquiera sorprenderse. Es como si la situación se hubiera desbordado y cada vecino quedara sujeto a sus propios riesgos y todo descansara en las manos ineluctables del destino.Desde hace tiempo, una de las zonas más tranquilas y señoriales de la zona norte del conurbano no ha hecho más que involucionar en materia de seguridad ciudadana. La protección personal y de los bienes de los vecinos ha pasado a depender de la capacidad económica de cada uno para defenderse: los puestos de vigilancia se han multiplicado enormemente; se instalan rejas en forma de lanzas, alambres de acero con terminaciones filosas, portones eléctricos, cámaras de seguridad, carteles por los que se alerta de la existencia de sistemas de alarmas privadas, y hasta peligrosos cercos electrificados dan fe de que la seguridad se ha delegado y que ahora está a cargo de los que pueden afrontarla. Obviamente, la situación se agrava en distritos con menor capacidad económica, donde el delito parece ser la regla y la convivencia civilizada, la excepción.Es como si el sistema público hubiera colapsado, sin que el Estado pueda responder a la primera de sus razones de ser: la preservación del orden, cuya destrucción quedará como testimonio de una época en la que los propios gobernantes comenzaron por estimular la ocupación ilegal de espacios públicos...

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