La salud de los trabajadores: Entre la ciencia y la ética

AutorCarlos Aníbal Rodríguez
CargoMédico, especializado en medicina del trabajo

Robert Kahn, pionero en materia de psicología laboral, en un magnífico libro (1), describe las relaciones afectivas con el trabajo. Lo hace fundamentalmente con espíritu didáctico clasificándolas en aflictivas, adictivas y en plenitud. La ejemplificación de las relaciones aflictivas la ofrece a través de la descripción de un trabajador que repite y repite los mismos gestos y movimientos, miles de veces por

día en una línea de montaje, a lo largo de su vida laboral. Es decir, una característica de la denominada organización “científica” del trabajo. Las relaciones adictivas las refleja en un importante directivo de una gran empresa que no logra cobrar interés en otra cosa que no sea su trabajo, incluyendo en esto el

desinterés por la vida familiar. Para mostrar las relaciones en plenitud, relata la historia de tres amigos que instalan una panadería en una zona muy pobre con el objetivo de hacer pan de buena calidad y bajo precio. Los puestos de trabajo por los que rotaban eran tres: amasar, hornear y expender. Pese a que las condiciones de trabajo no eran las ideales, la satisfacción era grande, sobre todo cuando tocaba la tarea de entregar el pan. Uno de ellos comentaba a Kahn que, una de las cosas que más le agradaba era responder a quien le preguntaba qué hacía. Su respuesta era, simplemente: “hago pan”.

Está claro que las relaciones de una persona con su trabajo pueden ser examinadas en un gradiente que va desde el placer hasta el sufrimiento, o aun desde la promoción de la salud hasta la mutilación, la enfermedad y la muerte.

Aquellos que trabajamos en el campo de la salud laboral sabemos bien que el trabajo no es neutral respecto a la salud. ¿Cómo no lo sabríamos teniendo en cuenta que es un conocimiento que comenzó hace centenares de años (Hipócrates, Plinio el Viejo, Ulrich Ellembog, Georgius Agricola, Paracelso, Bernandino Ramazzini)? Lo inadmisible es que, tantos siglos después de los hallazgos de esos maestros, nos encontremos frente a un estado actual donde, conforme los datos ofrecidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre 1,9 millones y 2,3 millones de trabajadores mueren en el mundo cada año, víctimas de las malas condiciones de trabajo (2).

En editoriales anteriores de esta revista (3,4) hemos visto con toda claridad cómo juegan las relaciones de poder y la estructura económica capitalista en el Estado actual. Sin embargo, seguramente parte de nosotros coincidirá con Gramsci y Rosa Luxemburgo cuando, en polémica con Lenin, hacían un aporte fundamental al plantear que los seres humanos son el centro de todo el proceso de cambio y

sus creencias, su organización en la sociedad civil, su cultura y las formas de hegemonía son la base de las transformaciones revolucionarias y no el determinismo de la economía.

Pensando en esta posición me ha parecido de interés mirarnos un poco el ombligo y ver también si tenemos problemas dentro de nuestras propias filas. Es decir, ¿qué acontece con los hombres dedicados a la ciencia y la técnica en el campo de la salud de los trabajadores? Para comenzar diré que aquellos que ponen sus conocimientos al servicio de los trabajadores están cumpliendo con su deber, pero a todos nos preocupa cuando no es así. Y será en algunos de estos casos donde centraré mi atención.

Demasiado frecuentemente suele haber un abismo entre el conocimiento y la intervención preventiva. Hay, sin embargo, una situación peor cuando se trata de entorpecer o falsear el conocimiento, con lo cual la necesidad de prevención queda obviada. Para documentar esto, repasemos algunas historias.

En 1895, durante el Congreso Alemán de Cirugía, Ludwig Rehm presenta cuatro casos de cáncer de vejiga en trabajadores de una fábrica de colorantes...

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