El Salón de Ginebra, una vuelta a lo conceptual

Fiel a la idiosincrasia suiza, el Salón del Automóvil de Ginebra siempre tuvo fama de ser el salón neutral que se mantenía por fuera de la batalla entre las muestras de Fráncfort (con los alemanes de locales) y París (donde imperan los franceses). Eso solía dejar un espacio fértil para que los tradicionales estudios de diseño italianos –Italdesign/Giugiaro, Pininfarina, Bertone y otros carroceros– se lucieran con despampanantes concept cars que en buena medida marcaban hacia donde iba (o debía ir) el rumbo del diseño de automóviles. También era el terreno de develación para fastuosos supercars –Lamborghini, Ferrari, Pagani y otras marcas menos conocidas–, aprovechando que el mercado suizo siempre fue muy amigable con la riqueza extrema que puede comprarlos.

Pero hoy las cosas son bastante distintas. Al ya inocultable declive de los grandes salones, se suma un gigantesco cambio de paradigma en el futuro del automóvil, que obliga a las automotrices a ensayar respuestas más conceptuales a los nuevos problemas. Las reacciones vistas en Ginebra fueron varias: desde visiones de futuro muy avanzadas hasta propuestas mucho más convencionales, siempre con la mira puesta en una inmediata producción.

Muy de avanzada

Lo más futurista vino por el lado de Renault. El equipo de diseño conducido por Laurens Van den Acker decidió tomarse en serio esto de la conducción autónoma y fue bastante más allá de la idea del "auto con capacidad para manejarse solo". El EZ-GO resultante puede pensarse como una cápsula sobre ruedas, con capacidad para transportar varios pasajeros sentados en un asiento con forma de U y con un particular sistema de ingreso a través de un enorme portón en el techo que se abre hacia arriba. Claramente, el EZ-GO tiene el enorme mérito de permitirse pensar más allá de los convencionalismos; es realmente un vehículo conceptual en el sentido literal de la palabra.

Pero como toda propuesta muy innovadora, tiene algunos problemas desde el punto de vista del diseño. Un dilema básico es que no termina de definirse entre un transporte público (ya sea bus o taxi) y un automóvil. La estilizada silueta sigue siendo bastante similar a la de un auto (por más futurista que luzca) y eso plantea compromisos funcionales serios con el layout elegido para el interior. Efectivamente, el asiento-banco es muy bajo, y obliga a los pasajeros a sentarse casi en cuclillas; el ingreso/egreso no es muy cómodo que digamos, y ni hablar si toca un día de lluvia. Lo que...

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