Sale inmunidad, entra impunidad

Salió del edificio abriendo la puerta con el codo, por las dudas. Tomó el colectivo con el turno del banco visible en el celular para que no lo bajaran por no ser esencial. Bañó las manos con alcohol en gel tras haber subido, y después de haber bajado. Llegó al banco y, con 10 grados de máxima, hizo la cola en la calle. Entró con el brazo extendido para que le tomaran la temperatura. Caminó en el sentido de las flechas marcadas en el piso. Tiñó con alcohol al 70% el sobre con las tarjetas de crédito que volvieron al banco porque el correo llegó justo cuando estaba comprando en lo del chino con guantes de látex y mascarilla. Hizo malabares para salir del banco porque el picaporte es un pomo y la puerta abre hacia adentro. Se pasó alcohol en gel. Fue a la parada. Subió al colectivo. Alcohol. Bajó. Más alcohol. Llegó a casa, se sacó la ropa y se lavó como si hubiera trabajado 16 horas en una mina de carbón, en pleno verano.

Qué felices que éramos cuando no sabíamos que éramos felices . Cuando todos tocábamos el mismo teléfono público, el mismo auricular y hablábamos por el mismo micrófono en la misma cabina con forma de burbuja. Cuando nos metíamos con la parentela en la estrechez del locutorio de la playa para decirle a la abuela que estábamos bien. Cuando pagábamos con monedas porque no había ni MODO, ni Mercado Pago ni Pierpaolo con su Ualá.

Cuando dejábamos que los chicos...

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