Rosa ha fallecido para mí

Eran dos parejas inseparables. Celebraban la amistad en sus encuentros tan frecuentes. Viajaban juntas a las Bahamas, a las Baleares, a Estambul, a la Polinesia Francesa. Alquilaban yates y salían a navegar. Pasaban la mayor parte del tiempo en Miami. No había fin de semana en que no salieran a cenar en los mejores restaurantes de la ciudad.

Nacido en Buenos Aires, Agustino Cortázar, de familia acomodada, dueña de viñedos en Mendoza, estudió negocios en Nueva York, se casó con una argentina, cordobesa, Ana Belmonte, resolvieron no tener hijos y se afincaron en Miami, donde prosperaron como dueños de un tequila, El Bribón, que se vendía mucho y ellos bebían como si fuese agua mineral. Agustino y Ana eran ricos y alcohólicos, ricos y trotamundos, ricos y egoístas: siempre querían ser más ricos y estar más delgados.

Nacido en Madrid, educado en un internado en Londres, Federico Landaluce se casó con una española, catalana, Rosa Sabater, se fatigaron de la vigilancia católica de sus familias, se mudaron a Miami, acordaron tener hijos más adelante, cuando fuesen mayores de treinta y ocho años, e hicieron fortuna como dueños de una cadena de restaurantes, los Santorini, de comida mediterránea.

Al no tener hijos, al ser dueños de sus negocios, al controlarlo todo desde sus teléfonos y sus tabletas, las dos parejas disponían de abundantes recursos y tiempo libre para viajar adonde quisieran. Por eso viajaban tan a menudo. Lo hacían siempre en primera clase, y a veces, estando en Europa, contrataban vuelos privados o helicópteros para desplazarse con toda comodidad.

Siendo tan amigos, tan amantes de la buena vida, Agustino Cortázar y Federico Landaluce no sospechaban que pronto serían enemigos. Ningún observador de ambas parejas habría podido adivinar que una bomba de neutrones estaba por separarlas para siempre.

Cuando se conoció por la prensa que el magnate Jeff Bezos se había enamorado de una de sus mejores amigas en Los Ángeles y había dejado a su esposa para estar con ella, una amiga que era dueña de una empresa de helicópteros, que estaba casada, que junto con su marido eran íntimos de Bezos y su esposa, Agustino Cortázar le dijo a su compañero de viajes, juergas y aventuras, Federico Landaluce:

-Eso nunca nos pasará a nosotros, boludo. ¡Hay que tener códigos! ¡No podés enamorarte de la mujer de tu mejor amigo! ¡Hay límites!

Cuando se supo que Bezos se tomaba fotos de su dotación genital y las enviaba a la mujer de su mejor amigo, Federico...

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